Existen joyas raras en la literatura mundial, a veces hasta de un autor considerado anónimo. Recogemos en una obra la siguiente advertencia, exactamente en la forma en que hablamos:
Llegará un día en que, en un determinado momento, un médico comprobará que mi cerebro dejó de funcionar y que, definitivamente, mi vida en este mundo llegó a su fin.
Cuando tal cosa suceda, no digas que me encuentro en mi lecho de muerte.
Estaré en mi lecho de vida y cuida para que ese cuerpo sea donado para contribuir de forma que otros seres humanos tengan una vida mejor.
Da mis ojos a los desgraciados que jamás hubiesen contemplado el amanecer, que no hubiesen visto la cara de un niño o, en los ojos de una mujer, la luz del amor.
Da mi corazón a alguna persona cuyo corazón sólo le hubiese servido de interminables días de sufrimiento.
Mi sangre, da al adolescente rescatado de su automóvil en ruinas, a fin de que pueda vivir hasta poder ver sus nietos jugando a su lado.
Da mis riñones al enfermo, que debe recorrer con una máquina para vivir de una semana a la otra.
Para que un niño paralítico pueda andar, toma toda la totalidad de mis huesos, todos mis músculos, las fibras y todos los nervios de mi cuerpo.
Busca en todos los lugares de mi cerebro. Si fuese necesario, toma mis células y haz que se desenvuelvan, de modo que, algún día, un niño sin voz consiga gritar con entusiasmo al ver un gol, y una niña sorda pueda escuchar el repicar de la lluvia contra el vidrio de la ventana.
Lo que sobra de mi cuerpo, entrégalo al fuego y lanza las cenizas al viento, para contribuir con el crecimiento de las flores.
Si algo tuvieres que enterrar, que sean mis errores, mis debilidades y todas mis agresiones contra mi prójimo.
Si quieres recordarme, hazlo con una buena obra y diciendo algunas palabras bondosas al que tenga necesidad de tí.
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Las palabras de advertencia de este anónimo nos invita a meditar en el tesoro que poseemos, que es nuestro cuerpo físico.
Tantos olvidamos de rendir gracias a Dios por esa maquinaria maravillosa, así como nos olvidamos de providenciarle, después de la muerte física, el debido destino.
Tantas son las campañas por la donación de córneas, de riñones y sin embargo vamos dejando siempre para más tarde la decisión de prescribir nuestra donación.
Sin olvidarnos de que, todavía disponiendo del cuerpo de carne, podemos tornarnos regulares donadores del valioso líquido, que representa la vida y se llama sangre.
Meditemos si no estamos siendo demasiado egoístas en no disponer ese tesoro para que otros vivan y vivan de forma abundante.
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La extracción de las córneas, después de la muerte, de alguna forma deforma o mutila el cadáver. Esa es la preocupación de algunos posibles donantes, que no desean agredir la familia.
Los riñones pueden ser retirados del cadáver hasta seis horas después de la muerte.
Para el Espíritu del donante no ocurre la mutilación, al contrario, tales actitudes revelan el desprendimiento y la grandeza del alma.
Redacción del Momento Espírita basado en el texto
Em minha lembrança, de autoria anónima.
En 16.02.2009.