En aquel junio, en las tierras de Palestina, hacía calor más que en los años anteriores...
El día largo se iba lentamente, caluroso, mientras el sol, casi escondido más allá de los picos altaneros, encandecía las nubes vaporosas...
La montaña, de suave inclinado, terminaba en largo plató salpicado de árboles de pequeño porte, que sin embargo, ofrecían abrigo y agasajo.
Temprano la multitud afluyera para allí, como atraída por fascinante expectativa.
Eran galileos de la región cercana: pescadores, agricultores, gente simple y sufridora, sobrecargada y aflicta.
Le oyeron y Lo vieron una vez más, y constataron que jamás alguien hiciera lo que Él hacía o hablara lo que Él hablaba...
El evangelista Mateo asevera: y Jesús, viendo la multitud, subió a un monte...
Se vistió de poniente y recitó los versos encantadores de las Bienaventuranzas - la lección definitiva. El consuelo supremo.
De Su excelso canto, oímos:
¡Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados!
El ojo es la candela del cuerpo, y todos los ojos cintilan. Lágrimas nos coronan.
La figura del Rabí es oro reflejado contra el cielo lejano, muy claro.
Todos nosotros tenemos lágrimas acumuladas y muchos las tenemos sin cesar, en las rudas probaciones, oculta o públicamente.
Larga es la carretera del sufrimiento. Rudos y crueles los días en que se vive.
Espíritus ferreteados por la incomodidad y desasosiego, corazones partidos, enfermedades y expiaciones...
Todos lloran y experimentan la paz que rehace que viene del llanto.
Creen muchos que el llanto es vergüenza, olvidados del llanto de la vergüenza.
Dicen otros que la lágrima es pequeñez que retrata debilidad e indignidad.
La lluvia descarga las nubes y enriquece la Tierra. Lava el barro y vitaliza el pomar.
La lágrima es Presencia Divina.
Cuando alguien llora, la Justicia Divina está abriendo rutas de paz en las provincias del Espíritu para el futuro.
El llanto, sin embargo, no puede librar los corceles de rebeldía para las arrancadas de la locura.
No puede conducir, como riada, el despeñadero del equilibrio, como riacho en tumulto sembrando la destrucción, esfacelando la siembra.
Llorar es buscar Dios en las abrasadas regiones de la soledad.
A solas y junto a Él.
Ignorado por todos y por Él recordado.
Sufrido en todas partes, escuchado por Sus oídos.
El llanto habla lo que la boca no se atreve a susurrar.
Alguien llorando está solicitando, esperando.
Por estas palabras: Bienaventurados los aflictos, pues serán consolados, Jesús muestra la compensación que tendrán los que sufren, y la resignación que lleva el que padece a bendecir el sufrimiento, como preludio de la curación.
También pueden esas palabras ser traducidas así:
Debéis consideraros felices por sufrir, visto que los dolores de este mundo son la paga de la deuda que vuestras pasadas faltas os hicieron contraer.
Suportados pacientemente en la Tierra, esos dolores os ahorran siglos de sufrimientos en la vida futura.
Debéis, pues, sentiros felices por reducir Dios vuestra deuda, permitiendo que la saldéis ahora, lo que os garantizará la tranquilidad en el porvenir.
Redacción del Momento Espírita con base en el cap. 3 del libro As primícias do reino,
por el Espíritu Amélia Rodrigues, psicografia de Divaldo Pereira Franco,
ed. Leal y el cap. V del libro O evangelho segundo o Espiritismo,
de Allan Kardec, ed. Feb.
En 16.02.2009.