Muchas personas se quejan de la carrera de sus vidas.
Creen que tienen demasiando compromisos y culpan a la complejidad del mundo moderno.
Sin embargo, innúmeras de ellas multiplican sus tareas sin real necesidad.
Vivir con simplicidad es una opción que uno lo hace.
Muchas de las cosas consideradas imprescindibles a la vida, en realidad, son superfluas.
A rigor, mientras buscan cosas, las criaturas se olvidan de la vida en si.
Angustiadas por múltiplos compromisos, no reflexionan sobre su realidad íntima.
Se olvidan de lo que les gusta, no piensan en lo que les trae paz, mientras sofocan en búsquedas vanas.
¿De que vale ganar el mundo y perderse a uno mismos?
Si la criatura no tomar cuidado, tener y parecer pueden tomar el lugar de ser.
Nadie necesita cambiar el coche constantemente, tener incontables zapatos, salir todos los fines de semana.
Es posible reducir la propia agitación, contener el consumismo y redescubrir la simplicidad.
El simple es aquel que no simula ser lo que no es, que no da demasiada importancia a su imagen, a lo que los demás dicen o piensan de él.
La persona simple no calcula los resultados de cada gesto, no tiene artimañas ni segundas intenciones.
Ella vive la alegría de ser, solamente.
No se trata de llevar una vida inconsciente, sino de reencontrar la propia infancia.
Pero una infancia como virtud, no como estadio de la vida.
Una infancia que no se angustia con las dudas de quien todavía tiene todo por hacer y conocer.
La simplicidad no ignora, solamente aprendió a valorar el esencial.
Los pequeños placeres de la vida, una conversación interesante, mirar a las estrellas, andar de manos dadas, tomar helado...
Todo eso compone la simplicidad de existir.
No es necesario tener mucho dinero o ser importante para ser feliz.
Pero es difícil tener felicidad sin tiempo para hacer lo que a uno le gusta.
No hay nada de malo con el dinero o la fama.
Es bueno e importante trabajar, estudiar y perfeccionarse.
Progresar siempre es una necesidad humana.
Pero eso no implica vivir angustiado, mientras se intenta dar cabo de infinitas actividades.
Si el precio de la fama es la ausencia de paz, talvez no valga la pena.
Las cosas siempre se quedan para tras, tarde o temprano.
Pero hay tesoros inmateriales que jamás se agotan.
Las amistades genuinas, un amor cultivado, la serenidad y la paz de espíritu son algunos de ellos.
Presta atención en como gastas tu tiempo.
Analiza las cosas que valoras y ve si muchas de ellas no son solamente un peso desnecesario en tu existencia.
Experimenta desapegarte de los excesos.
Al optar por la simplicidad, tal vez redescubras la alegría de vivir.
Piensa en eso.
Redacción del Momento Espírita.
En 17.11.2008.