La escena se repite muchas veces en el seno de las familias, sean pobres o ricas.
Los hijos dicen que vieron ciertas cosas, que escucharon determinados ruidos y, sin ninguna verificación, los padres dicen que esas cosas no existen. Que no existe ningún ruido.
Y si los niños insisten lo que vieron, que es todo verdad, reciben reprensiones y hasta castigos.
¡Eso no existe! - afirman los padres. Como si fuesen conocedores de todo lo que se encuentra en el cielo, en la tierra y en el mar.
Con eso, crean algunos problemas para sí mismos.
El primero y posiblemente el más letal para la relación familiar es la pérdida de la condición de confidentes de sus hijos.
Luego, los niños salen a buscar oídos que los oigan. Y los encuentran en la empleada del hogar, en la niñera, en los tíos, los abuelos y en personas ajenas al hogar.
Así, hacen y mantienen amistades fuera del hogar con personas que están dispuestas a oírlos, pero no siempre con buenas intenciones.
El segundo y grave problema es el mutismo intencional de los niños. Si lo que ellos ven, oyen y perciben es catalogado por sus padres como mentira, fantasía, producto de su imaginación fértil, ellos se callan.
Callándose, empiezan a vivir entre el susto y el miedo.
Porque ven y oyen cosas que los demás no oyen ni ven ellos se creen anormales, diferentes.
La secuencia es lógica: se aíslan con temor a que las amistades descubran que ellos son raros.
Sin alguien que los oriente, auxilie, explique lo que les ocurre o buscando apoyo terapéutico cuando es necesario, los niños se quedan expuestos a muchas dificultades.
El cine viene explotando el tema desde hace mucho y siempre con mayor intensidad.
Las películas muestran como aquellos que no son oídos en casa, no son creídos en lo que afirman ver, oír y sentir, terminan haciendo amistades afuera.
Amistades positivas que, muchas veces, auxilian. Otras veces, son personas sin escrúpulos que se aprovechan de ellos para sus propios y sombríos objetivos.
La literatura no ha sido menos pródiga en ejemplos, pero al parecer muchos padres aun no comprenden.
Continúan en la misma e irreductible actitud: si yo no veo, no oigo, no existe.
En la condición de guardianes de sus hijos, toca a los padres oír siempre, investigar, indagar.
Puede que todo sea fantasía. Si lo es, recordemos que también ya fuimos niños y administremos la ocurrencia con discernimiento.
Observemos esos hechos cuando se manifiesten.
Muchos dramas serían evitados si padres desatentos hubiesen oído las quejas de sus pequeños acerca de los malos tratos o castigos recibidos de manos ajenas.
Si nuestro hijo ve y oye a los Espíritus, aunque no creamos en la existencia de ellos, debemos ofrecerle apoyo.
Puede ser el auxilio de la oración en los momentos de miedo. O la explicación natural de que los Espíritus están en todas partes, que los buenos no desean el mal para nosotros, que los malos necesitan de nuestras oraciones.
También hay que ofrecer al hijo la mano amiga, el regazo protector a fin de que sepa que puede contar con nosotros.
Si es el inicio de algún problema mental, su portador se beneficiará al darse cuenta de las señales lo más temprano posible.
Como padres, buscaremos la ayuda terapéutica, salvaguardándolo de desastres en el futuro.
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Pensemos en eso y aprendamos a escuchar a nuestros hijos.
Fantasía, presencias espirituales o creaciones mentales, eso no importa. Escuchemos y orientemos siempre con buen sentido.
Redacción del Momento Espírita
En 13.10.2008.