Cada nuevo día la naturaleza nos ofrece espectáculos de bellezas sin fin...
¿Quién no ha contemplado la maravilla de una gota de rocío brillar, reflejando la luz del sol?
Una simple telaraña y su ingeniería perfecta...
El césped verde... el andar torpe de un horneroal amanecer...
Una hoja seca bailando en el aire anunciando el invierno...
El cielo añil con suaves pinceladas blancas, como si fueran nubes de algodón.
El atardecer, cuando el sol se despide dejando huellas en varios tonos dorados, como si fuera oro derretido, levemente esparcido por manos invisibles...
La luna llena reflejada en un lago calmo, semejante a un gran espejo líquido...
El canturreo del viento en el follaje de los árboles, cual suave melodía, invitando a soñar...
La mirada de un perro solitario, pidiendo compañía...
El balancear del sauce, recordando manos distendidas en las orillas de los ríos y lagos, como protegiéndolos...
El ir y venir de las olas, acariciando la arena caliente de las playas, como queriendo suavizar el calor...
El olor a bosque, después de la lluvia...
El agua cristalina de los ríos que corren por entre las montañas, como si fueran venas transportando la vida.
La sonrisa inocente en la faz de un niño, pidiendo amparo y protección.
Las huellas del labrador en los caminos polvorientos que conducen a la plantación...
El galopar del caballo evidenciando su libertad...
El abrir y cerrar de las alas de la mariposa sobre la flor, la golondrina haciendo acrobacias en el aire, la garza solitaria que acecha el alimento.
El abrazo afectuoso de un amigo. El rostro surcado del anciano, que no teme la vejez por saber que ella no alcanza al Espíritu. Las manos llenas de callos del trabajador...
La noche bordada de estrellas mostrándonos la grandeza del Universo infinito...
Una gota de agua en el pétalo de una rosa, reflejando otras tantas rosas...
El tamborilear de la lluvia en el tejado... La gotera cantando en el canalón...
La araucaria secular, con sus ramas desparramadas, desbullando las piñas para saciar con sus frutos el hambre de los pájaros.
El canto del grillo, el croar de la rana, el ulular del búho haciéndose anunciar en la noche silenciosa.
El sonido melodioso extraído del teclado por manos habilidosas.
La armonía de los colores en los canteros floridos de calles y plazas...
El día, que en cada amanecer renueva la invitación para que vivamos en armonía, imitando a la naturaleza.
Esas y otras tantas bellezas son la presencia discreta de Dios en la naturaleza que nos rodea, diciéndonos que también somos Sus criaturas y que formamos parte de este Universo maravilloso y que, por encima de todo, somos herederos de este mismo Universo, como hijos del Creador que somos todos nosotros.
* * *
La contemplación de la naturaleza ofrece al hombre incontestablemente, inefables encantos. En la organización de los seres se descubre el incesante movimiento de los átomos que los componen, como también la permuta constante y operante entre todas las cosas.
Justa es nuestra admiración por todo lo que vive en la superficie de la Tierra.
Redacción del Momento Espírita, cuyo pensamiento
final ha sido extraído del libro Deus na natureza,
de Camille Flammarion, ed. FEB.
El 11.5.2020.