Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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        Narran los versículos primeros del capítulo 3 de Actos de los Apóstoles, en el Nuevo Testamento, que Pedro y Juan subieron al templo para orar.

        Percibieron, al lado de la puerta, un paralítico de nacimiento, que era diariamente traído, e allí dejado, a fin de pedir limosna.

         Al ver los dos apóstoles pasar por él, les hizo su rogativa. Pedro le puso los ojos y le dijo: Míranos.

         El hombre los miró con atención, quedándose en la expectativa de recibir algo de ellos.

         Pero el viejo apóstol, pasando las manos a lo largo de la túnica rústica, emocionado, le dijo: No tengo plata ni oro.

         En la secuencia, distendió los brazos en la dirección del mendigo y con los ojos llenos de sentidas lágrimas, usó la voz embargada para hablar: Pero lo que tengo, eso te lo doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.

         Lo tomó de la mano derecha, lo levantó e inmediatamente las piernas se consolidaron, los pies se firmaron y el paralítico se puso a andar, exultando de felicidad.

         Meditemos en la profundidad de la lección. Pensemos en como seria el mundo si todos los hombres se empeñasen a dar de lo que poseen para la edificación del bien general.

         Todavía hoy, muchos de nosotros decimos: ¿Como podré dar si no tengo? y otros: Cuando tenga, se lo daré.

         Entretanto, para el servicio real del bien, no necesitamos, en carácter absoluto, de los bienes perecibles de la Tierra.

         El hombre generoso distribuirá dinero y utilidades para los necesitados que encuentre por el camino.

         Pero, si no realizó en si mismo el sentimiento de amor, que es su riqueza legítima, no fijará dentro de si la luz y la alegría que nacen de las dádivas.

         Todos traemos con nosotros las cualidades nobles ya conquistadas. No hay nadie tan pobre que no pueda donarse. Dar de uno mismo.

         Pedro le ofreció su amor al mendicante y le devolvió el uso de las piernas, lo que lo retiró, desde entonces de la condición de mendigo.

         Curado, la posibilidad de trabajo y el consecuente sueldo honrado se le abrirán.

         También nosotros podemos dar de lo que tenemos, ahora, en el momento que se hace precioso.

         Todos los que esperamos por el dinero, por los logros, para contribuir en las buenas obras, en verdad aún nos encontramos distantes de la posibilidad de ayudar a nosotros mismos.

         Donarse es servir con desinterés. Dar de nuestras horas, de nuestro tiempo, de nuestras habilidades. Hay tanto para dar, desde que cada criatura, en la Tierra, es depositaria de la enorme fortuna que obtuvo a lo largo de los siglos, en las varias vidas.

         Fortuna que no se guarda en cofres o casas bancarias, pero se la aloja en la intimidad del corazón y en la lucidez de la mente.

*  *   *

         El discípulo de Jesús que, en la relación de los apóstoles, es llamado Pedro, se llamaba Simón.

         Nació en Betsaida, pero en la época de su encuentro con Jesús vivía en Cafarnaum.

         Pedro es la forma masculina que en griego significa roca. Talvez por esto mismo haya recibido de Jesús, desde el primer encuentro, el apodo aramaico de Cefas, que significa roca.


Redacción del Momento Espírita, con base
en los versículos 1 a 8, del cap. 3
de Actos
de los apóstoles; no cap. XXVI del libro Esquina
de pedra, de Wallace Leal Rodrigues, ed. O Clarim
y en el verbete Pedro (I) del
Dicionário enciclopédico
da bíblia, de A. Van den Born, ed. Vozes.
En 29.09.2008.

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