Amar a Dios, entregar poemas y canciones al Creador, tener una fe tan profunda que nada pueda debilitarla.
Ese es el sueño de los hombres religiosos. Pero son pocos los que alcanzan ese estado de espíritu.
Generalmente, Dios es casi inalcanzable para la mayoría de los seres humanos. Parece tan distante como las estrellas. Y eso nos hace sufrir.
Cabizbajos, seguimos por toda la vida con una tristeza en el pecho, creyendo que somos peores que los demás, porque no conseguimos amar a Dios como amamos a los hijos, compañeros, padres y hasta a los amigos.
¿Qué no está bien con nosotros?
Lo que no está bien con nosotros es la prisa. Tragados por el turbión del mundo, desperdiciamos nuestro tiempo con cosas superfluas… Y no nos quedan momentos para la meditación y la oración.
Comprometidos con las rutinas vacías, gastamos mucho tiempo en actividades innecesarias. Mientras tanto, Dios espera.
Por otro lado, nuestra mente de hombres modernos fue entrenada para ser apresurada, a buscar lo inmediato. Deseamos todo sin demora, al instante.
Pero los asuntos de Dios tienen el tiempo cierto. Exigen disciplina, corazón abierto, mente calmada. La experiencia Divina no se somete al reloj humano y a sus presiones infundadas.
Por lo tanto, vivir el amor a Dios es un aprendizaje paulatino, que se hace muy despacio. Ese amor existe dentro de cada uno de nosotros, pero hace falta manifestarlo.
Para erguir el velo que encubre el amor a Dios, establece momentos solo tuyos con el Creador. Como si fuera un noviazgo, una aproximación suave.
Empieza por la naturaleza que se esparce en luz y color. Abre los ojos ante los tonos del cielo cuando el sol se pone.
Ve los tonos azules, dorados, amarillos y violetas. Y piensa en Dios como un pintor que hace telas por puro amor.
En los delicados sonidos de la brisa y de los pájaros, o cuando alguien compone una canción emocionada, acuérdate de Dios que creó la música que llena nuestras vidas.
Piensa en Dios ante la majestuosidad de la montaña o la pequeñez de una abeja. Allí estará la genialidad del Divino Artesano, que hace mundos e insectos con la misma habilidad.
Y piensa en Dios cuando contemples tu propio cuerpo, esa máquina perfecta de vivir.
Con sus millares de células, nervios, músculos y huesos ella abriga el tesoro más precioso del mundo: tu Espíritu inmortal.
Sigue por la vida buscando a Dios en todas las cosas. Y en tu corazón sentirás brotar, finalmente, un amor diferente.
Algo nuevo, indescriptible.
Sentirás que traes los ojos confiados y un deseo de total entrega al Padre Divino. Un sentimiento de ternura inundará tu alma y, finalmente, comprenderás de forma plena por qué Jesús utilizaba la dulce expresión Padre al referirse a Dios.
Ese día, descubrirás en ti una criatura de Dios. Un niño que ansía por el acogimiento, por la protección y por el amor del Padre Divino.
* * *
Mi canción se desnudó de sus adornos.
Ornamentos perturbarían nuestra unión, pues se quedarían entre tú y yo, y su sonido sofocaría tu voz.
Mi vanidad de poeta se llena de vergüenza ante tu mirada.
¡Oh Maestro poeta! ¡Estoy sentado a tus pies! Permite apenas que mi vida sea sencilla y recta, como una flauta de bambú, para que tú la llenes de música.
Redacción del Momento Espírita utilizando,
en el final, versos de la obra Gitanjali,
de Rabindranath Tagore, ed.
Paulinas, Brasil.
En 09.09.2008.