El administrador Stephen Kanitz, columnista de la revista Veja, escribió en la edición de febrero de 2002 más o menos lo siguiente:
Hace veinte años presencié una escena que cambió radicalmente mi vida. Fue en un almuerzo con un empresario respetado y mucho másviejo que yo.
El encuentro fue en la propia empresa. Él no tenía tiempo para almorzar con la familia en casa, ni con los amigos en un restaurante. Los amigos tenían que ir hasta él.
Sus ojos estaban raros. Creí hasta que vi una lágrima en el ojo izquierdo. “Tontería mía”, pensé. Los hombres no lloran, mucho menos frente a otros.
Pero, durante el postre, él comenzó a llorar impulsivamente. Pensé si podría haber sido por algo que dije. Supuse que él recordó los impuestos pagados en ese día.
“Mi hija va a casarse mañana”, dijo desanimado, “y sólo ahora me di cuenta. Percibí que la conocía poco.
Conozco todo sobre mi negocio, pero no conozco a mi propia hija. Dediqué todo el tiempo a mi empresa y me olvidé de dedicarme a la familia.”
Volví a casa desalentado. Por meses, recordé aquella escena y soñaba con ella. Me prometí a mí mismo y a mi esposa que nunca optaría seguir una carrera así.
Ponerla familia en primer lugar no es una opción muy aceptada. Normalmente, la gran discusión es como conciliar familia y trabajo. ¿Será que se puede?
El cine americano vive mostrando el cliché del ejecutivo atareado que no consigue llegar a tiempo para la pieza de teatro de la hija o al campeonato infantil de su hijo.
Él se retrasó justamente porque intentó conciliar trabajo y familia. Sólo que surgió un imprevisto de último momento y la escena termina con el padre contando una mentira o dando una disculpa mal hecha.
Si hubiese puesto en primer lugar la familia ese ejecutivo habría llegado a tiempo. Habría llevado personalmente a su hijo al evento.
Habría dado a la niña el apoyo psicológico necesario en los momentos de angustia que anteceden a un teatro o un partido.
La cuestión es justamente esa. Si usted, como yo y la amplia mayoría de las personas, tiene que conciliar familia con amigos, trabajo, carrera o política, es imprescindible determinar a quien usted coloca en primer lugar.
Poner la familia en primer lugar tiene un costo que no todos pueden soportar. Implica menos dinero, fama y proyección social.
Muchos de sus amigos podrán ser más ricos, más famosos que usted y un día mirarlo con desdén. En esas horas, el consuelo es recordar un viejo dicho que define bien el por qué priorizar la familia vale la pena:
“Ningún éxito en la vida compensa un fracaso en el hogar.”
¿Cuál es el verdadero éxito de tener un hijo drogadicto por falta de atención, cariño y tiempo para oírlo en el día a día?
¿De que sirve ser un ejecutivo exitoso y después llorar durante el postre porque no conoció siquiera a la propia hija?
* * *
El hogar constituye el crisol redentor de las almas. Merece nuestra inversión en recursos de afecto, comprensión y mucha voluntad, a fin de dilatar los lazos de cariño.
Los que componen el hogar son los marcos vivos de las primeras grandes responsabilidades del Espíritu encarnado.
Así, a pesar de todas las contingencias del día a día, nos compete ser el cónyuge generoso y el mejor padre, el hijo dedicado y el compañero benevolente.
Al final de todo, en la familia consanguínea tenemos una prueba permanente de nuestras relaciones con toda la Humanidad.
Redacción del Momento Espírita, con base en el artículo de
Stephen Kanitz, revista Veja,
sección Ponto de Vista, de
20 de febrero de 2002 y en el cap.19 del libro Conduta
Espírita, del Espíritu André Luiz, psicografía de
Waldo Vieira, ed. Feb.
En 01.09.2008.