Se
presentan en tamaño, peso y colores distintos. Pueden ser de color negro,
blanco, amarillo.
Tienen
deditos delicados y la inocencia de quien todavía no se ha enterado, en esta
vida, cómo es realmente el mundo.
Se
les pueden encontrar por toda parte: arriba de los muebles, debajo de las mesas,
dentro de cajas, en el jardín. Se cuelgan en los árboles, corren, saltan.
Son
la verdad con cara sucia, la sabiduría con cabellos despeinados y la esperanza
de pantalones cortos.
Tienen
una disposición inigualable, parece que nunca se cansan. Su curiosidad es tanta
que jamás logramos contestar a todas sus preguntas.
Consiguen
tener la imaginación de Julio Verne, la timidez de la violeta, la audacia del
resorte, el entusiasmo del buscapié y sus manitas son más rápidas que los
ojos de quien las cuida.
Les
encantan los dulces, la Navidad, el día del cumpleaños. Aprovechan al máximo
las reuniones con los amigos y cuando están jugando, se olvidan de comer. Su
tiempo, como si no existieran otras cosas, lo usan exclusivamente para disfrutar
la presencia de sus amiguitos.
Admiran
reyes y libros con figuras en colores. Les gusta el aire libre, el agua,
los animales grandes, los automóviles y los aviones. Les encantan los días
festivos y los fines de semana porque hacen con que sus amores estén mucho más
tiempo junto a ellos.
Se
levantan temprano. Casi despiertan al Sol y están siempre dispuestos a aprender
cosas nuevas. Entre sus juguetes, es posible encontrar un hilo, algunos botones,
cajitas y latitas, e incluso, una fruta verde mordida.
Y
claro, entre tantas cosas raras, un objeto diferente, que ellos encontraron en
algún lugar y depositaron en el baúl de su tesoro.
Son
criaturas mágicas. Cualquiera puede cerrar la puerta de su cuarto de
herramientas, para que ellos no entren. Pero no se logra cerrar la puerta del
corazón. Ellos siempre descubren una forma de entrar y acomodarse.
Podemos
echarlas de nuestra oficina, porque tenemos un trabajo importante para concluir.
Pero es imposible retirarlas del
nuestro pensamiento.
Podemos
regresar a casa cansados, desanimados por todo lo que hemos hecho y por las
muchas cosas que no fueron bien.
Podemos
entrar en casa con el pensamiento en el proyecto que precisamos concluir con
rapidez y cuja solución está bastante difícil.
Pero,
bastará que ellos vengan a nuestro encuentro gritando: papá, mamá, se
encaramen en nuestro cuello para que desaparezca el cansancio y renovemos
nuestra disposición íntima.
Esas
criaturitas se llaman niños y Dios las ha puesto a nuestro lado para
decirnos, todos los días, que el mundo tiene solución, que el amor
existe y que el hombre, en su esencia, es bueno.
***
Asiduamente,
los espíritus renacen en el mismo medio en el que ya han vivido, estableciendo
de nuevo relaciones con las mismas personas.
Es
así que encontramos espíritus amigos entre los hijos que nos llegan. Su
presencia en nuestras vidas se constituye en un verdadero bálsamo.
Ellos
vuelven para brindarnos su amor otra vez, para regalarnos su presencia física.
Por
eso no despreciemos los gestos de cariño, las palabras dulces de estos seres
que la divinidad ha puesto en nuestras vidas y que nos llaman de padre y madre.