Se cuenta que un orador famoso empezó un seminario presentando un billete de cien reales. Él preguntó a las doscientas personas que se encontraban en el salón quien quería aquel billete de cien reales.
De inmediato, varias manos se levantaron. En verdad, todos en el salón deseaban el dinero.
Entonces, él arrugó el billete y preguntó de nuevo quien deseaba poseerlo. Las manos continuaban levantadas.
Él volvió a arrugar el billete un poco más. Después de bien arrugado lo enseñó al público participante, repitiendo la pregunta.
La situación no se cambió. Ellos continuaban deseando aquel billete. Ahora parecían más ansiosos, esperando que él finalmente decidiese quien lo recibiría.
Pero él lo puso con cuidado sobre la mesa buscando estirarlo a fin de mejorar su aspecto. Mientras lo hacía, lentamente, siguió hablando:
Eso que recién presenciamos debe servirnos de gran lección. No importa lo que yo haga con el dinero, ustedes aún lo desearán porque el no pierde su valor.
Arrugado, aplastado, doblado, envejecido, estropeado, seguirá con el mismo valor: cien reales.
Ahora bien, en nuestras vidas nos quedamos también un tanto arrugados, estropeados por las desilusiones que nos permitimos sufrir, por las dificultades propias de la vida, por el cansancio que nos domina poco a poco.
A veces nos encorvamos ante el peso de los dolores que nos alcanzan. Otras veces, el llanto que vertemos por una pérdida financiera o por el abandono de un amigo, hace que parezcamos enfermos, arrugados.
Es como si nos permitiésemos marchitar por el dolor que estamos viviendo.
Los años dejarán marcas en nuestros rostros, alterando el brillo de los ojos y la suavidad de la piel. Las manos perderán en parte su flexibilidad y las piernas tardarán un poco más en realizar los movimientos cotidianos.
Nuestra memoria podrá bromear con nosotros haciéndonos cambiar el nombre de las personas, olvidar fechas importantes o hechos pasados.
Otras veces podemos sentirnos como billetes sucios, por las decisiones equivocadas que tomamos. Es cuando el remordimiento llega e intenta adueñarse de nuestra mente.
Cuando todo eso ocurre nos sentimos desvalorizados, creyéndonos hombres o mujeres sin valor.
Pero eso no es verdad. No importa cuán sucios, maltratados, arrugados, aplastados o machacados estemos. Continuamos teniendo el mismo valor. Un valor especial.
Esto, porque cada uno de nosotros es especial. Somos Espíritus inmortales y si en el camino a la perfección transitamos por los pantanos, senderos solitarios y lodazales, aún así continuamos siendo especiales.
A pesar de lo que aparentamos, Dios sigue amándonos y amplía, todos los días, el camino renovado de la oportunidad.
Por eso, no te desgastes, tampoco caigas en depresión al descubrir que eres una persona con muchas imperfecciones, que cometió errores.
Siempre es tiempo de empezar de nuevo. Hoy es el mejor momento. Levanta la cabeza. Toma la decisión. Y cambia.
Si has andado por las sendas del mal, proponte a reparar lo que sea posible, a rectificar las fallas. Retomar el rumbo correcto.
Si estás resentido, herido, desalentado, sacúdete el polvo de los sentimientos que te enferman, observa el día que nace, sé conciente de que eres especial, único y adéntrate por los caminos que generen entusiasmo, voluntad de vivir, alegría.
Por más abandonado que te sientas y te creas desventurado, no hay nadie en la Tierra que no posea alguien que lo ame.
Piensa en eso. Y valora eso. Puede ser el amor de una madre, de un padre, el calor de un hermano. Puede ser la esposa, el esposo, el hijo, un pariente, un amigo.
Puede hasta ser simplemente un perro, un gato, una mascota.
Si por casualidad descubres que nadie te ama, cree que por encima de todo y de todos, quien nos creó, quien te creó te ama de forma incondicional.
Así, aleja la tristeza. Termina con el desánimo. Levanta la cabeza y empieza de nuevo a vivir.
Acuérdate: hoy es el mejor día de tu vida. Y eres una persona muy, muy especial.
Redacción del Momento Espírita con base en el artículo
Para um amigo especial, de autoría desconocida.
En 10.07.2008.