Se cuenta que un príncipe chino se enorgullecía de su colección de porcelana. Era muy rara, de procedencia muy antigua y constituida por doce platos de gran belleza artística y decorativa.
Cierto día, el empleado que realizaba la limpieza, en un momento de descuido, dejó caer uno de los platos, que se despedazó en el suelo.
Al enterarse de lo sucedido el príncipe se puso furioso. Gritó, amenazó y sin piedad condenó al servidor a muerte.
La noticia se esparció por todo el imperio como reguero de pólvora. Los comentarios más variados se hacían oír y, naturalmente, el tema central era la impiedad del gobernante.
En fin, por más preciosa que fuera la pieza no era más que un plato.
El empleado era un ser humano, un servidor leal desde hace muchos años. ¿Cómo compararse uno con el otro?
En la víspera de la ejecución del condenado se presentó un sabio muy viejo, que se comprometió con el príncipe a devolver el orden a la colección.
Emocionado, el príncipe reunió a su corte y, con ansiedad, se quedó a la espera del cumplimiento de la promesa del anciano.
Sencillo, el sabio compareció ante la corte. Solicitó que le trajesen la colección, incluso los trozos del plato roto.
Sobre una mesa tendió un mantel de lino blanco y dispuso los once platos.
Cogió los trozos de la porcelana y también los tendió sobre el lino.
Después, se acercó a la mesa y en un gesto inesperado, ante el asombro de todos, tiró del mantel con las preciosas porcelanas arrojándolas bruscamente sobre el piso de mármol, rompiéndolas todas.
Ante el estupor de la corte y la rabia del príncipe a punto de explotar, el anciano, muy sereno, dijo: Ahí están, señor, todas iguales conforme prometí. Ahora, si deseáis, podéis mandar a matarme.
Dado que para usted esas porcelanas valen más que las vidas de los súbditos, decidí sacrificar mi vida en beneficio de aquellas.
Total, ya viví mucho. Estoy muy viejo. Me sacrifico en beneficio de los que irán a morir en el futuro, cuando cada una de esas piezas fuera rota.
Mi deseo es entregar mi vida para salvar doce vidas, ya que ellas en su opinión nada valen delante de esos platos de porcelana.
Pasado el choque, el príncipe comprendió el mensaje. Liberó al anciano y al siervo condenado, perdonando a ambos.
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No hay nada más precioso que la vida, particularmente la vida humana.
Cuando la persona adquiere madurez psicológica, empieza a comprender que, aunque se deban preservar los bienes materiales para su debida utilización, se debe valorar mucho más los bienes del Espíritu.
Entre ellos, la oportunidad existencial en el cuerpo físico es lo más precioso que se posee, puesto que de esta manera el Espíritu progresa, experimentando los reveses, las pruebas, desafíos variados y conquistas.
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El Espíritu nació para triunfar. Las dificultades que enfrenta cuando se encarna son parte de su aprendizaje para alcanzar la meta hacia la cual se dirige inevitablemente: la perfección.
Es por eso que cada etapa vencida se constituye en un patrimonio que enriquece al Espíritu.
Cada día en el cuerpo es una lección de vida que cabe a nosotros aprovechar en su totalidad.
Redacción del Momento Espírita con base en el capítulo Lições de vida, del libro Vida: desafios e soluções, por el Espíritu Joanna de Ángelis, psicografía de Divaldo Pereira Franco, ed. Leal, Brasil.
En 10.07.2008.