Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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Fue hace tres años. La ex-gobernadora del estado de Texas cuidó a su madre enferma, hasta el último suspiro.

Acompañándola día tras día, observando como la enfermedad iba minando las fuerzas físicas y preparando el cuerpo para la muerte, Ann Richards vio el drástico cambio que su madre sufrió.

Era una mujer que pasó toda su vida obcecada por cristales lapidados, vajillas de plata, toallas de encaje, porcelanas y joyas, que coleccionaba con muchísimo cuidado.

A medida que la enfermedad fue destruyendo su vigor físico y anunciándole que la muerte se acercaba, todo eso dejó de ser importante. Para ella ahora solamente le importaban las visitas, la familia y los amigos.

El cambio fue radical. Después de la muerte de la madre, Ann Richards decidió deshacerse de todas la antigüedades que más de una vez habían hecho que ella le diera más importancia a los objetos que a las personas.

Puso un bazar en el garaje. Ella misma comentó que con la cantidad enorme de  antigüedades que tenía, podía competir con Jackeline Onassis.

Sólo en un día vendió todo.  La ex-gobernadora, concluyó: “aprendí que, para dar valor al presente, preciso deshacerme de todo lo que me refrena. En la actualidad, no titubeo ante nada.” 

En la vida, nada es más importante que las personas.  Los objetos tienen el valor que les damos, y ese valor cambia con el tiempo y  las convenciones sociales.

Antaño, la sal era algo tan precioso que se pagaba con ella a los empleados, e incluso de allí surge la palabra salario.

El hombre entonces, en el transcurrir del tiempo, como convención, fue considerando uno u otro metal más valioso. En general, el más escaso en aquel momento.

Hoy por hoy, la preocupación es tener un coche nuevo, alfombras importadas, ropas de marcas famosas. Además hay personas que hacen colecciones de objetos, libros, sellos, perfumes. Lo importante es acumular, tener bastante para mostrar con orgullo, como sin fueran trofeos logrados a costa de grandes esfuerzos.

Sin embargo, cuando llega la enfermedad, cuando la soledad lastima, ningún objeto, aunque sea el más valioso o el que más apreciemos, podrá lograr alejar la enfermedad o disminuir la soledad.

Son las personas con su cariño, con su ternura, con sus gestos simples, que traducen amistad, ternura, afecto,  que nos dan fuerza para soportar el dolor y para espantar la soledad.

Son las personas que nos dan calor al estrecharnos la manos, con su abrazo, su presencia, su mirar.

Son las personas que hacen la gran diferencia en nuestras vidas. 

***

El afecto es como el sol. Surge silencioso e ilumina todo con sus rayos que esparcen luz y calor.

Nadie puede vivir sin afecto. Puede ser el amor del marido, de la esposa,  de un hermano...

El cariño de un amigo que se candidata a tutor de nuestra vida afectiva. La ternura de alguien con quien nos encontramos en alguna jornada de dolor y que nos ofrece las flores delicadas de su atención.

De todo lo que hay sobre la tierra para disfrutar, nada hace más feliz al hombre que el amor recibido,  el amor compartido, el amor que duele.

 

Fuente:

Selecciones del Reader's Digest de junio/2000 – pág. 104

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