Jesús, el Maestro de los maestros, siempre tenía palabras de estímulo a los que Lo seguían.
Nadie como Él utilizó de manera tan excelente las palabras de incentivo a quienes pretendiesen estar con Él.
Es así que nos acredita como herederos del Universo, pues somos hijos del Padre que todo creó.
Así como nos llama Hijos de la Luz, ramas de la vid, aquellos que pueden hacer todo lo que Él hizo y mucho más.
Con frecuencia nos cuestionamos acerca de algunas de Sus afirmaciones.
Por considerarnos tan pequeños, tan lejos de la grandiosidad que Se reviste el Maestro de Nazaret, nos preguntamos si Él estaría en lo correcto al ofrecernos tales credenciales.
¿Hijos de la Luz? ¿Nosotros, que nos sentimos aún andando a tientas en densas tinieblas?
¿Andar en el Mundo como Hijos de la Luz mientras tenemos luz? ¿De qué luz disponemos? ¿De qué intensidad es nuestra luz?
Entonces, nos acordamos del valor de un fósforo en plena oscuridad.
Cuando se hace la oscuridad, porque la energía eléctrica sufrió una avería, ¡cómo la débil luz de un fósforo hace una gran diferencia!
Dijo alguien que podemos considerarnos como un fósforo encendido.
Sí, la llama no ilumina a grandes distancias, pero hace la diferencia entre la oscuridad total y una pequeña claridad.
Claridad que nos saca, aunque por breves momentos, de la inseguridad total de las tinieblas.
Claridad que nos permite mirar al otro, percibir que no estamos solos, que alguien más comparte con nosotros la misma situación. Y darnos las manos.
Claridad que nos permite ir en busca de una linterna, de una vela, de un farol.
O, si no tuviéramos nada de eso, encender otro fósforo. Y otro y otro más.
Quizás una mayor iluminación mientras la energía eléctrica se restaura
Al tratarse de la sociedad podemos imaginar igualmente el valor de esa pequeña luz.
Si somos un fósforo de dignidad que se enciende cuando la corrupción camina libre, hacemos la diferencia.
Porque nuestra llama muestra a los demás nuestro valor y los motiva a encender su propia llama.
Si en el medio a la indiferencia corriente somos un fósforo que calienta el alma y la vida de quien sufre;
Si en el medio de la cobardía moral mostramos la luz de la conducta correcta;
Si, finalmente, somos la pequeña llama de la amistad, de la justicia, de la fe, ¿cuánta luz esparciremos por donde transitemos?
Por lo tanto, tenía Jesús toda la razón al estimularnos a caminar en el Mundo como Hijos de la Luz, a caminar mientras tenemos luz.
La luz alumbra donde se presente y muestra colores donde había solamente tinieblas.
Muestra personas donde había solamente soledad.
Despierta esperanza donde se esparce la infelicidad.
Pensemos en eso y atendamos al incentivo del Maestro de Nazaret.
No nos preocupemos con la pequeña llama, oscilante o de duración efímera.
Mostremos nuestra luz. Aunque sea solamente para encender otra luz.
Será nuestra contribución para el Mundo de alegrías, risas y colores que todos deseamos para nosotros, para nuestros hijos, para las generaciones futuras.
Redacción del Momento Espírita
En 22.04.2008.