La felicidad no es de este mundo es un dicho muy conocido.
Ello corresponde a una realidad, pues raramente en el mundo se conjuga todo lo que se cree necesario para que alguien sea perfectamente feliz.
Salud, juventud, belleza y dinero son parte de esa ecuación.
Sin embargo, aun en la presencia de tales factores objetivos, muchas veces la persona sufre tormentos íntimos.
Frecuentemente encontramos a personas aparentemente privilegiadas reclamando de la vida.
Las consultas de los psicólogos y psiquiatras también son frecuentadas por aquéllos que imaginamos felices y satisfechos.
La gran mayoría de los seres humanos se debate con una gran cantidad de problemas.
En los más diversos planos de la existencia se suceden los dramas.
Dificultades financieras, de relaciones o de salud, solicitan atención.
Delante de las decepciones naturales del mundo a veces las personas se rebelan.
Cuando son alcanzadas por experiencias dilacerantes, se imaginan abandonadas por Dios.
Ese modo de sentir revela una comprensión muy limitada de la vida.
Eso sería hasta razonable en caso que todo terminase en una única existencia material.
Ante la vida que continúa pujante más allá del túmulo, los problemas materiales disminuyen de importancia.
En ese contexto amplio las dificultades no son tragedias, sino simples desafíos.
En cada hombre reside un Ángel en perspectiva.
Él es favorecido con las experiencias necesarias para alcanzar su más alto potencial.
Los dolores, por más grandes que sean siempre pasan.
Aún una enfermedad incurable tiene su término.
Después de la muerte del cuerpo físico el Espíritu sigue su jornada.
Si logró trasponer la prueba con dignidad, resurge más fuerte y virtuoso.
En caso se haya permitido reclamaciones y rebeldías tendrá que rehacer la lección.
Conviene tener eso en mente al enfrentar las crisis de la vida.
Dios es un Padre amoroso y bueno.
Él no Se regocija en torturar a Sus hijos.
Los dolores del mundo tienen finalidades transcendentales.
La mayoría tiene su causa en los propios hombres con sus pasiones y equívocos.
Todos constituyen desafíos.
Nadie debe cultivar el masoquismo y regocijarse con el sufrimiento.
Es necesario luchar para salir de todas las dificultades y recuperar el bienestar.
Pero, delante de situaciones ineludibles, cuando nada se puede hacer, es necesario pensar en la Bondad Divina.
Ella no se revela sólo cuando todo parece estar bajo un cielo azul, en las mesas abundantes y en las sonrisas radiantes.
La Bondad de Dios también se manifiesta en el sufrimiento que torna el hombre más apto a comprender el dolor de su semejante.
Ella está presente en las situaciones constrictivas que minan el orgullo, la vanidad y la indiferencia.
La vida en la Tierra es pasajera y se destina al perfeccionamiento del ser.
La experiencia en el cuerpo físico propicia rescate de los equívocos del pasado y la preparación para sublimes etapas de la Inmortalidad.
En un mundo material y aún muy inferior, los embates y las decepciones son inevitables.
Solamente una fe viva en la Bondad Divina permite que el hombre preserve su corazón libre de la amargura.
Piensa en eso.
Redacción del Momento Espírita.
En 21.06.2010.