Cuando, en la Antigüedad, alguien quería matar a un oso, colgaba un pesado tronco de madera por encima de una vasija de miel.
El oso empujaba el tronco con fuerza, a fin de alejarlo de la miel. El tronco volvía y lo golpeaba.
El oso se ponía irritado, feroz, y empujaba el tronco con más fuerza todavía, y este lo atingía por su vez con mucho más fuerza.
Eso continuaba hasta que el oso estuviera muerto.
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Si nos fijamos en este hecho, en una reflexión rápida y modesta, podríamos afirmar que las personas hacen lo mismo cuando pagan el mal con el mal que reciben de los demás.
Pensemos entonces: ¿Será que nosotros, seres humanos, no podemos ser más sabios que los osos?
¡Empujamos el tronco cada vez con más fuerza, aun sabiendo que él irá retornar y nos herir!
Las Leyes de Dios - en especial la Ley de Causa y Efecto – es muy precisa al revelársenos esta su característica.
Todas nuestras acciones son causas que irán siempre generar una consecuencia en el Mundo.
Cuando retribuimos con voz alterada y rabiosa, una palabra agresiva que nos hiere el íntimo, estamos solamente empujando el tronco, y olvidándonos de la miel.
En esta analogía, la miel sería el entendimiento con el otro, la felicidad, la paz que tanto deseamos.
Solo que, normalmente, acabamos por nos entretener tanto con los empujones del tronco, que acabamos dejando la miel, la felicidad, olvidada en un rincón.
El objetivo del oso nunca será empujar el tronco. Su meta es la miel, el alimento. El tronco es un obstáculo a se transponer, un desafío solamente.
Si el animal pudiera raciocinar como el ser humano, en esta situación en particular, ciertamente pensaría en una forma de cortar la cuerda que sostenía el tronco, o en una manera de retirar el bote de miel debajo de ella.
Esta es la sabiduría del bien. Buscar otra alternativa que no la de retribuir el mal con el mal.
La sabiduría del bien proporciona, cuando recibimos palabras amargas, una pequeña reflexión antes de la reacción inmediata.
La sabiduría del bien busca comprender el momento del otro, el dolor del otro, la angustia e infelicidades íntimas que lo moverán a soltar por la boca el veneno que guarda en el alma.
La sabiduría del bien nunca es connivente con el mal, y tampoco tolerante con él. Es, sí, comprensiva con el otro ser. Tolerante, indulgente con su hermano.
La sabiduría del bien requisita creatividad, para que consigamos abrir la mente y pensar en otras soluciones para resolver nuestros problemas, que no la venganza.
La venganza será siempre la acción más reactiva, menos pensada, y que traerá, sin duda alguna, el tronco de vuelta para herirnos tantas y tantas veces.
La sabiduría del bien requisita amor. Amor por la vida, por el Creador, sabiendo que ningún desastre, ningún mal nos alcanza sin razón.
Solo quien ama el Creador confía en Sus designios, confía que todo ocurre para nuestro bien, y de esta manera no cultiva odio por sus opositores en la Tierra, solamente compasión.
Solo la sabiduría del bien consigue eliminar los círculos viciosos en los cuales nos aprisionamos a lo largo de los milenios.
Solo la sabiduría del bien en acción irá expulsar de este Mundo la guerra, el odio y la violencia.
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La verdadera enseñanza del amor es fuerte: mata el mal antes que el mal pueda crecer y tornarse poderoso.
Redacción del Momento Espírita con base en trechos del libro Pensamentos para uma vida feliz, de Léon Tolstói, ed. Prestígio.
En 31.03.2008.