Entre los que abogan por el establecimiento de la pena de muerte en nuestro país, existen los que listan objetivos puntuales para su tesis.
Entre ellos el que surge en primer plan es el de higienizar la sociedad.
Afirman que la sociedad puede ser comparada a un organismo enfermo.
Para preservar la vida del cuerpo se opta por la amputación del órgano enfermo, evitándose que la problemática se esparza, sembrando enfermedades irreversibles.
Sin olvidarnos que en el organismo determinados órganos como el corazón y cerebro, por ejemplo, no pueden ser simplemente desechados, pues son indispensables, analicemos el tema del saneamiento de la comunidad.
Es suficiente con que ampliemos la mirada hacia la calle y afrontaremos de inmediato un vasto panorama a ser higienizado.
Hablamos de los grupos de miserables que se observan por las calles. Son niños andrajosos acompañando madres sufridas, llevando la vida de esquina a esquina, con frecuencia revolviendo la basura a la búsqueda de algo aprovechable para saciar el hambre.
Viejos harapientos moviéndose con lentitud y dificultad entre la multitud apresurada, alargando las manos para la caridad pública.
Minusválidos de variadas condiciones arrastrándose por las aceras, rozando las manos y rodillas, rogando limosnas.
A lo largo de las carreteras, chozas infectas cubiertas precariamente con plásticos y latas. Visión que avergüenza el paisaje de cualquier ciudad.
Se puede empezar, por lo tanto, higienizando las calles, las aceras, las carreteras, propiciando amparo a la madre sola, empleo que le garantice el sustento mínimo a sus hijos.
Podemos organizar un trabajo cooperativo de corazones solidarios y modificar el paisaje, con clavos, maderas, ladrillos y ofrecer condiciones más humanas de habitación a los que padecen entre paredes casi por caer.
Podemos providenciar hogares de ancianos y amparo a los viejos enfermos, a los minusválidos carentes.
¿Y qué decir del paisaje triste de aquellos que desconocen las letras del alfabeto?
Es suficiente mirar alrededor para conocer la multitud de almas infantiles que deberían estar frecuentando las escuelas y se encuentran por las calles, mendigando, recogiendo papeles, vendiendo baratijas para conseguir solamente unas monedas.
Pobre infancia, marchitada en pleno florecer.
Crecerán iletrados y en la escuela de las calles aprenderán las duras lecciones de la ley del más fuerte, del más astuto.
Urge higienizar el panorama, propiciando escuelas con alimentación adecuada, orientación e incentivo a los padres e hijos para que esos la frecuenten.
Enseñarles el valor de la escuela, la riqueza del saber.
Existe sí, mucho aún por higienizar.
Higienizar las comunidades carentes de las enfermedades que las destruyen, por no tener acceso a las medicinas, al médico, a los exámenes clínicos y de laboratorios.
Si nuestro deseo es mejorar la sociedad desembarazándonos de lo que la vuelve agresiva, incómoda, existe un largo programa de tareas a desarrollar.
No hay necesidad de matar al semejante, una vez que al invertirse en la educación, en la alimentación, en la ocupación útil, en la salud, disminuirá potencialmente el número de aquellos que caminan a pasos largos rumbo a la criminalidad.
Es importante detenerles el paso antes que se precipiten en los caminos oscuros de los errores y de las pasiones grotescas.
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Al encender la lámpara del alfabeto en la mente de un pequeño, él podrá descubrir las riquezas del Universo y todas las cosas que en el existen.
Eso se llama caridad.
Redacción del Momento Espírita, con base en la entrada Alfabeto, del libro Repositório de sabedoria, por el Espíritu Joanna de Ángelis, psicografia de Divaldo Pereira Franco, ed. Leal, Brasil.
En 17.03.2008.