Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone La precipitación

        La vida moderna se caracteriza por la prisa.

        Los recursos tecnológicos permiten que las personas que se encuentren lejos intercambien mensajes de forma instantánea.

        La Internet posibilita la circulación de informaciones con una rapidez vertiginosa.

        Si algo relevante acontece en un determinado país, en instantes eso puede ser llevado a conocimiento de los habitantes del otro lado del globo.

        El dinero circula con gran facilidad en las bolsas de valores de todo el planeta.

        En el plano empresarial, el tiempo es dinero.

        Decisiones importantes, con frecuencia, deben ser tomadas con prontitud y presteza.

        Esa prisa a su vez contamina las relaciones personales.

        Relaciones empiezan y terminan a una velocidad impensable desde hace algún tiempo.

        Las personas se permiten intimidades tan pronto  se conocen.

        Pero igualmente tienen prisa de seguir adelante, al menor vestigio de incompatibilidad.

        Eso logra banalizar, de cierta manera, el contacto humano.

        La prisa que da impulso a todo lleva a que se tenga poco cuidado en el trato con el semejante.

        Se olvida que él no es una inversión financiera o una transacción a ser concluida.

        En esa urgencia de vivir intensamente, las personas se olvidan de algunas reglas básicas de educación.

        Se tornan casi deshumanas, en el afán de partir rápidamente para una próxima etapa, aun sin saber lo que viene en seguida.

        Escasos de calma se vive a base de actitudes precipitadas.

        Las personas hablan y actúan sin mucha reflexión.

        En ese proceso, con frecuencia hieren a los que están cerca.

        Pero no se preocupan por eso, según una nueva y superficial perspectiva de vida.

        Cuando enfrentadas afirman que son sinceras.

        Consideran como virtud el hábito de decir lo que piensan, sin preocuparse de los sentimientos ajenos.

        Sin embargo, a nadie le gusta ser tratado con rudeza.

        Aun aquellos que actúan de manera ruda no les gusta ser tratados con puntapiés.

        Según un antiguo proverbio, la verdad es como una joya preciosa.

        Si una joya es arrojada con violencia en el rostro de alguien provocará heridas o hasta ceguera.

        Pero, si es ofrecida en un bello paquete, de manera gentil, agradará bastante.

        Entonces, es necesario tener cuidado con la manera como se aplica la verdad en la vida del prójimo.

        Una verdad dicha agresivamente genera heridas y resentimientos.

        Pero, si ella es expuesta con cuidado y gentileza hay grandes posibilidades de ser bien aceptada.

        Sin embargo, para ser gentil es necesario tiempo y paciencia.

        La gentileza es incompatible con la precipitación.

        Para que no seas la causa de sufrimientos y resentimientos reflexiona antes de hablar y actuar.

        Acuérdate que acción genera reacción.

        El trato que concedes a los demás, más tarde te retornará.

        Deja la rapidez y la prisa para cuestiones objetivas, como los negocios y noticias.

        En tus relaciones, sé calmo y ponderado.

        Quien reacciona al primer impulso tiene grandes posibilidades de arrepentirse.

        El hábito de juzgar de forma precipitada implica, muchas veces, en condenar sin permitir la defensa.

        Esa es una actitud típica de los déspotas, que siempre acaban solos.

        Relaciones de amor o fraternales no se consolidan sin dedicación y cuidado.

        En un clima de rudeza e insensibilidad ellas fenecen.

        Tiempo puede ser dinero, como habitualmente se afirma.

        Pero la fortuna es una compensación muy insignificante para la falta de amores y amigos.

        Piensa en eso.

Redacción del Momento Espírita.
En 17.03.2008.

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