La búsqueda por el bienestar es inherente a la naturaleza humana.
El deseo del hombre de librarse del sufrimiento le propició notables descubrimientos en todos los sectores del conocimiento.
Analgésicos y anestésicos pueden ser mencionados como conquistas humanas en la búsqueda del bienestar.
Acondicionadores de aire, colchones ortopédicos y aun mismo la sencilla agua de las cañerías también componen el complejo de las invenciones destinadas a tornar la vida confortable.
En la búsqueda del confort y de la tranquilidad, un día el hombre volverá su atención a los problemas morales que la sociedad afronta.
Entonces él comprenderá que el egoísmo es la causa de todas las desgracias sociales.
Es el que permite a un hombre lanzarse sobre el patrimonio, el honor y la vida del otro, cual una fiera salvaje.
El egoísmo es la matriz de todos los vicios.
Cuando el sea combatido, todos sus desdoblamientos como la vanidad, la ganancia, la maledicencia y la corrupción perderán la fuerza.
La diseminación de las ideas espíritas es un elemento poderoso de combate al egoísmo.
El Espiritismo deja claro que todo vicio genera dolor y que la Ley de Causa y Efecto rige la vida.
Todo mal practicado a su semejante es una sembradura de dolor en el propio camino.
Quien desea ser feliz debe tratar al prójimo con todo el respeto y generosidad con que desearía ser tratado.
La vinculación de la propia felicidad a la felicidad que se proporciona deja evidenciado cuán tonto es ser egoísta.
Al buscar su interés en detrimento al del prójimo, el egoísta solamente se candidata a vivenciar grandes dolores.
Al concienciarse de la inexorabilidad de la Ley de Causa y Efecto, la Humanidad reconsiderará sus valores y prioridades.
Sin embargo, es necesario reconocer que no siempre es fácil colocar en práctica una idea.
Probablemente ya te has concienciado que la Justicia Divina es infalible.
Pero aun titubeas en tu camino y a veces cometes liviandades en perjuicio del prójimo.
Una buena táctica de renovación moral es parar de pensar solamente y empezar a sentir.
Razonar es necesario, pero amar es imprescindible.
El mejor camino para el amor genuino y fraterno es la compasión.
Compasión es la tristeza que uno siente con la infelicidad ajena.
Pero también es el deseo de librar al prójimo del sufrimiento.
Para desarrollar ese noble sentimiento deja de huir al espectáculo de las miserias humanas.
Permítase convivir con los enfermos y los viciados del cuerpo y del alma, conforme lo hizo Cristo.
Hazte el compañero y amigo de los viejos y enfermos.
Visita los hogares de ancianos, orfelinatos, hospitales y presidios.
Con el pretexto de preservar tu paz no cultives la indiferencia.
Permite que tu corazón se enternezca con el dolor ajeno.
La compasión impide que un hombre siga contento en medio de la tragedia que devasta la vida del otro.
Ella posee un cierto encanto melancólico, pues nace al lado del dolor y de la desolación.
Sin embargo, constituye la más eficiente manera de curación de las ilusiones y pasiones humanas.
La compasión despierta las fibras más íntimas del alma y la prepara para las sublimes experiencias de la devoción y de la caridad.
No temas sufrir al tornarte compasivo.
Al seguir en ese camino, luego te llenarás del ideal de alivianar el dolor del semejante y empezarás a actuar.
Entonces, la tristeza inicial se convertirá en el júbilo de quien amorosamente socorre y ampara a los desprotegidos del Mundo.
La alegría de ser útil y bondadoso iluminará tu vida y te acompañará por la eternidad.
Redacción del Momento Espírita.
En 18.02.2008.