Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Detalles de la ingratitud

        Cuentan que en Londres vivía un funcionario de la limpieza pública llamado Mollygruber.

        Era una persona mayor y todos lo estimaban por los valores morales que cultivaba.

        Cierta mañana, mientras recogía la basura del parque donde trabajaba, vio que un niño se debatía desesperadamente en las aguas del lago. Se dio cuenta, en seguida, que el niño se estaba ahogando.

        Las personas se aglomeraban, mirando curiosas, bulliciosas, nada hacían para auxiliar al niño.

        El viejo trabajador, a pesar de sus dolores reumáticos, se lanzó al agua helada. Con dificultad trajo al niño, sano y salvo, a las márgenes del lago.

        En razón de su salud débil, tumbó desfallecido allí mismo. La ambulancia fue llamada y lo llevaron al hospital.

        Su hecho luego ganó las páginas de los periódicos.

        Mientras tanto, la madre del niño que fuera salvado llegó al lugar y empezó a examinar a su hijo, muy perturbada.

        En cierto momento, miró hacia la cabeza del niño y observó que le faltaba su gorra que ella le había regalado aquél día.

        Empezó a gritar y quejarse, diciendo que el viejo se la había robado a su hijo.

        Y exigía que se la devolviesen. Como nadie atendió a su deseo, por ser totalmente inapropiado, ella se fue al hospital.

        Ni se había dado cuenta de que la vida de su hijo, el bien más precioso, fuera preservada. Que, gracias a Dios, él estaba bien porque había sido rescatado del agua antes de congelarse.

        No. Lo que ella quería era la gorra del niño.

        Llegando al hospital exigió entrevistarse con el viejo que supuestamente realizara el hurto. Tanto gritó e hizo escándalo que el médico de guardia, indignado, le dijo:

        Si usted no permite a nuestro héroe descansar y recuperarse en paz, llamo a la policía para llevarle a usted.

        Asustada,  la mujer se calló y se fue a su casa.

        Al día siguiente el viejo trabajador se murió. Los vecinos del barrio donde él servía con rectitud, hacía muchos años, llenaron el parque de flores y de carteles con mensajes de gratitud.

        Era un sincero homenaje a quién donó su propia vida para salvar a un niño desconocido.

* * *

        Muchas veces nos olvidamos de ser agradecidos por las dádivas que nos son ofrecidas.

        En vez de recordar las alegrías que nos llegan, de los amigos que nos brindan con su presencia, nos acordamos solamente de la maldad que nos alcanzó en algún momento.

        Así, un amigo nos ofrece su cariño y atención durante años. Cierto día en que él no se encuentra bien y nos dirige una palabra infeliz, de inmediato lo alejamos de nuestra convivencia.

        Y a partir de ese momento hablaremos a todos los que encontramos acerca de nuestro resentimiento, de la agresión recibida, de la mala educación del ex amigo.

        Sin embargo, en los días de felicidad y en que todo iba bien, ni siquiera comentamos todo lo bueno que aquella persona nos ofreció.

        Olvidamos que ella estuvo con nosotros en el hospital toda una noche, cuando nos accidentamos y nuestros familiares estaban lejos.

        Olvidamos  que nos prestó dinero en aquellos días de necesidad,  nunca exigiendo el reembolso de los gastos que tuvo con nosotros.

        No nos acordamos de los días felices de las vacaciones compartidas, de los paseos realizados, de los momentos en que nos alimentó el alma con su alegría y disposición.

        Pensamos solamente en el acto infeliz de un día, de un instante.

        Pensemos un poco, delante de las bendiciones que nos llegan, si no estamos actuando como aquella madre equivocada.

        Pensemos.

Redacción del Momento Espírita con base en una historia antigua de Lobsang Rampa.

En 13.02.2008.

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