Entre padres e hijos no hay mayor abismo que el silencio.
El silencio de la indiferencia, del olvido, del resentimiento…
Silencios que empiezan en la niñez, quizás aun antes del nacimiento cuando los padres no consideran que allí, en el vientre de la madre, ya existe un ser.
Aunque el nuevo cuerpo físico se encuentre en elaboración, desde el momento de la concepción ya está unido a él un Espíritu reencarnando.
Así, toda la vida psíquica y el comportamiento de la madre, y también del padre, traerá mucha influencia hacia el feto.
El alma que regresa no está consciente, pero siente si la quieren o no, si existe equilibrio en el hogar o no, si realmente tendrá un hogar o no…
De esa manera es importante, desde los primeros momentos, conversar con el bebé que irá nacer.
Decirle que es amado; que sus padres le arreglarán un hogar donde reinará el cariño, la comprensión; que están conscientes de la misión recibida y se esforzarán para que todo resulte bien.
Los cariños en el vientre, los besos suaves, las canciones de cuna jamás serán olvidados por el Espíritu, que día a día se sentirá más seguro en volver al escenario terrestre.
Los estímulos que podemos producir a veces son tan fuertes que observamos muchas situaciones de respuestas. El bebé se mueve, patea, da vueltas, como si quisiera decir algo.
Estudios demuestran que después de nacidos los niños reconocen los sonidos, músicas y voces oídos durante el embarazo.
Así, podemos entender que en el útero materno no hay silencio, hay vida.
Vida que empezó en la concepción, tal vez antes, si consideramos la planificación reencarnatória, el encuentro con los futuros padres en el mundo espiritual, los proyectos, los sueños…
No hay espacio para el silencio en la familia.
El hábito del diálogo, el hábito de involucrarse en la vida del otro, la empatía, empieza en la gestación.
Los padres pueden iniciar el proceso educacional de su hijo aun en el vientre, de manera desequilibrada o feliz, según el modelo de vida interior que elijan.
Por los hábitos sociales y alimenticios que adopten, en fin, por las influencias de vida o de muerte que impongan hacia su pequeño hijo.
Conscientes de la misión grandiosa que están recibiendo del Creador, los padres buenos aprovecharán el período del embarazo para dar la bienvenida al Espíritu que retorna.
Siendo un amor del pasado, un opositor o aun mismo un extraño a la familia, merece recibir los cuidados necesarios a que tenga en su nueva vida todos los recursos para evolucionar.
Trae en su equipaje muchos proyectos, muchas dificultades, pero con la segura voluntad de vencer, de acertar y de amar.
Busca amigos que le acojan, que le apoyen en su nuevo intento y que estén siempre presentes en su vida.
Es eso que nos hace hijos y después padres, que nos une en familia y que faculta que aprendamos a amar, primero a pocos para después amar toda la Humanidad.
En el amor no hay lugar para el silencio…
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Padres buenos conversan. Padres brillantes dialogan.
El eminente estudioso Augusto Cury, en una de sus obras más conocidas afirma que entre conversar y dialogar hay un gran hueco.
Conversar es hablar acerca del mundo que está al nuestro alrededor, dialogar es hablar acerca del mundo que está en nosotros.
Otro especialista del tema, Gardner, explica:
Dialogar es comentar experiencias, es transmitir los secretos ocultos del corazón, es penetrar más allá de las cortinas de los comportamientos, es desarrollar la inteligencia interpersonal.
Redacción del Momento Espírita, con referencias del libro Pais brilhantes, profesores fascinantes, de Augusto Cury, ed. Sextante, 2003, Brasil.
En 12.02.2008.