¿Cuál es el mayor dolor?
¿Usted ya pensó en eso?
Un joven dejó una nota a sus familiares, poco antes de
cometer suicidio, y expresó en el papel lo que estaba sintiendo.
Dijo que el mayor dolor no era morir, sino ser ignorado.
Es perder a alguien que nos amaba y que dejó de
interesarse con uno. Es ser dejado de lado por quien tanto nos apoyaba y
constatar que ese es el resultado de nuestra negligencia.
El mayor dolor de la vida no es morir, sino ser olvidado.
Es quedarse sin un reconocimiento después de una grande conquista.
Es no tener a un amigo llamando por teléfono sólo para
decir “hola”. Es ver la indiferencia en un rostro cuando abrimos nuestro
corazón.
Lo que duele mucho en la vida es ver a aquellos que fueron
nuestros amigos, siempre muy ocupados cuando necesitamos de alguien para
consolarnos y ayudarnos a levantarnos el ánimo.
Es cuando parece que en las aflicciones de la vida,
estamos solos con nuestras tristezas. Muchos dolores nos afectan, pero eso puede
parecer más llevadero cuando alguien nos da atención.
Es muy probable que ese joven haya tenido sus motivos para
escribir lo que escribió. De todos modos en ningún momento debe haber pensado
en aquellos que lo rodeaban.
Si pudiese sentir el dolor de un corazón de madre
dilacerado ante el cuerpo sin vida del hijo amado...
Si pudiese experimentar el sufrimiento de un padre que
intenta, en vano, saber del hijo muerto lo que lo llevó a tamaño desatino...
Si sintiera el desespero de un hermano que busca respuesta
en los labios inmóviles del ser con el que compartió la infancia...
Si pudiese soportar, aunque fuese por instantes, el dolor
de un amigo sincero al contemplar sus labios enmudecidos en el féretro,
ciertamente cambiaría su concepto sobre el mayor dolor.
Si usted piensa que está pasando por el mayor dolor que alguien puede
experimentar, considere lo siguiente:
Una madre que llora sobre el cuerpo del hijo querido que
fue blanco de bombas asesinas, en nombre de guerras frías y crueles.
Un niño desesperado sobre el cuerpo inerte de su madre
herida por granadas mortíferas.
Un huérfano de guerra que es obligado a empuñar las
mismas armas que aniquilaron a sus padres...
Un padre que presencia el asesinato de su familia, de
manos atadas.
En fin, piense un poco en estos otros dolores...
Piense un poco en todos los corazones que sufren dolores más
amargos que los suyos.
Y si todavía así, usted cree que su dolor es mayor, acuérdese
de aquella madre que un día vio la crucifixión de su hijo inocente, sin poder
hacer nada.
Acuérdese también de aquel que soportó la cruz del
martirio, y no perdió la confianza en el Padre que todo sabe.
Y si todavía así, usted piensa que es el mayor de los
sufridores, considere que tal vez el egoísmo esté perjudicando su visión.
¡Piense en eso!
Descubrir cuál es el mayor dolor, es muy difícil.
Pero la mayor decepción es fácil de deducir.
Es la de aquellos que se suicidan pensando que así
extinguirán la vida y con ella todos los problemas.
Esos salen del cuerpo pero, indudablemente no salen de la
vida, y mucho menos, acaban con todos sus problemas.
Por lo tanto, por más difícil que sea la situación,
nunca vale la pena buscar esa puerta falsa, llamada suicidio.
Es importante recordar siempre: por más oscura y larga
que sea la noche, el sol siempre vuelve a brillar.
Y por más que pensamos estar en soledad, tenemos siempre
con nosotros un amigo fiel y dedicado que jamás nos abandona: el Humilde Rabí
de Galilea.
¡Piense en eso!
(Redacción Del Momento Espírita, basado en mensaje sin mención al autor.)