“Para mi, las diferentes religiones son lindas flores, provenientes del mismo jardín. O son ramas del mismo árbol majestuoso. Por lo tanto, son todas verdaderas”.
La frase que acabaste de leer ha sido dicha por una de las más importantes personalidades del siglo veinte: Mahatma Gandhi.
¡Mira cuanta sabiduría en las palabras del hombre que lideró la independencia de la India sin jamás recorrer a la violencia!
En los tiempos actuales, son raros los que realmente tienen una posición como la de Gandhi, que manifestaba un profundo respeto por la opción religiosa de los demás.
Muchas personas creen que su religión es superior a las demás. Creen firmemente que solamente ellas están salvas, mientras todos los demás están condenados.
Poquísimas piensan en la esencia del mensaje que abrazan, ya que están muy preocupadas por convertir almas que consideran perdidas.
Y, entretanto, Dios es Padre de toda Humanidad. Todos nosotros tenemos la felicidad de traer, en nuestra consciencia, el sol de la Ley Divina. Nadie está desamparado.
¿De dónde viene, entonces, esa actitud de prejuicio, exclusivista, que nos aleja de nuestros hermanos?
Viene de nuestro pensamiento limitado y todavía egoísta. Casi siempre el hombre cree que lleva razón.
Imagina que sus opiniones, creencias y opciones son las mejores. ¿Ya notaste que la mayor parte de las personas cree que tiene mucho que enseñar a los demás?
Es que, por general, las personas casi no se disponen a escuchar el otro: hablan sin parar, dan opiniones sobre todo, imponen su propia opinión.
Son almas por veces muy alegres, expansivas, que les encanta jugar. Llaman a la atención por su vivacidad, por los ademanes ostentosos, por las risas contagiantes y por las conversaciones en voz alta.
Pero son raras las veces en que paran para escuchar lo que el otro tiene para decir.
Son como niños un tanto egoístas, para quien el Mundo está centrado en si o en la satisfacción de sus intereses.
Es una actitud mucho semejante a la que tenemos cuando creemos que el otro está equivocado, simplemente por ser de una religión diferente. Es que no conseguimos parar de pensar en nuestras propias escojas.
No estudiamos la religión ajena, no nos informamos sobre lo que aquella religión enseña, que beneficios nos trae, cuanto consuelo esparce.
Si estuviéramos envueltos por el sentimiento de amor incondicional por el próximo, seríamos más complacientes y más atentos a las necesidades del otro.
Y entonces veríamos que, en la mayoría de los casos, las personas están muy felices con su opción religiosa.
¿Nuestra religión es la mejor? Sí, es la mejor. Pero es la mejor para nosotros.
Es obvio que nos gusta compartir lo que nos hace bien. Ofertar a los demás nuestra experiencia positiva es una actitud laudable y natural.
Pero esta actitud de generosidad puede tornarse inconveniente cuando exageramos.
Una cosa es ofertar algo con espíritu fraternal, visando el bien. Pero diferente cuando deseamos imponer a los demás nuestra convicción particular.
¡Si el otro piensa diferente, respetémoslo! Él tiene todo el derecho de hacer escojas. ¿Quién de nosotros le conoce el alma? ¿O el equipaje espiritual, moral e intelectual que carga?
Dios nos dio nuestro libre albedrío y nos lo respeta. ¿Por qué no imitarLo?
Mientras no sepamos amar profundamente el próximo, respetándole las escojas, no tendremos actitud de amor enseñada por todas las religiones y por los grandes Maestros de la Humanidad.
Redacción del Momento Espírita.
En 24.12.2007.