Juan era un empresario muy importante. Vivía en el último piso de un edificio, en la parte noble de la ciudad.
Al despertar por la mañana, dio un beso largo en su amada, hizo una oración matinal de agradecimiento a Dios por su vida, su trabajo y sus realizaciones.
Tomó el desayuno con su esposa y sus hijos y los dejó en el colegio. Se dirigió a una de sus empresas.
Saludó a todos los empleados con una sonrisa. Él tenía innumerables contratos para firmar, decisiones por tomar, reuniones con los diversos departamentos, contactos con proveedores y clientes.
Por eso, la primera cosa que dijo a su secretaria fue: “Tranquila, vamos hacer cada cosa a su vez, sin estrés.”
A la hora del almuerzo, fue disfrutar de su familia. Por la tarde, supo que la facturación del mes superó las metas y anunció a todos los empleados una gratificación salarial, en el mes siguiente.
Logró cumplir con todo, a pesar de la agenda llena. Gracias a su calma y optimismo.
Como era viernes, Juan fue al supermercado, volvió a su casa y salió con su familia para cenar.
Después, fue proferir una conferencia para estudiantes, acerca de la motivación.
Mientras, en un barrio pobre de otra capital, Mário fue al bar a beber y jugar, como lo hacia todos los viernes.
Estaba desempleado y ese día no aceptó una vacancia de ayudante de mecánico, porque no le gustaba ese tipo de trabajo.
Mário no tenía hijos, ni esposa. La tercera compañera se había ido, cansada de ser golpeada y de vivir con un inútil.
Él vivía de favor en una habitación muy sucia, en un sótano. Aquel día se emborrachó, creó disturbios, fue expulsado del bar y el mecánico que le había ofrecido un trabajo en su taller, lo encontró tumbado en la acera.
Lo llevó a su casa y después de terminada la borrachera, le preguntó por qué se portaba así. “Soy un desgraciado”, dijo. “Mi padre era así. Bebía, golpeaba a mi madre.
Yo tenía un hermano mellizo que, así como yo, salió de la casa tras la muerte de nuestra madre. Él se llamaba Juan. Nunca más lo he visto. Debe estar viviendo de esta misma forma.”
En la otra capital, Juan terminó su conferencia y fue entrevistado por uno de los alumnos: “Por favor, díganos, ¿qué hizo usted para volverse un empresario importante y un gran ser humano?”
Emocionado, Juan respondió: “Lo debo todo a mi familia. Mi padre fue un mal ejemplo. Él bebía, golpeaba a mi madre, no se quedaba en ningún empleo.
Tras la muerte de mi madre, salí de casa decidido que no quería aquella vida para mí, ni para mi futura familia. Tenía un hermano mellizo, Mário, que también salió de casa en ese mismo día. Nunca más lo he visto. Debe estar viviendo de esta misma forma.”
* * *
Lo que sucedió contigo hasta ahora, no es lo que definirá tu futuro, pero sí la manera como reaccionas delante de todo lo que pasó.
No lamentes tu pasado. Construye tú mismo el presente y el futuro.
Aprende con tus errores y con los errores de los demás.
Lo que sucedió es lo que menos importa. Ya pasó.
Lo que realmente importa es lo que harás con lo que irá suceder.
Y esta es una decisión solamente tuya. Tú decides el día de mañana. De tristeza o de felicidad. De hechos positivos o de amargura sin esperanza.
¡Piensa en eso! Pero, ¡piénsalo ahora!
Redacción del Momento Espírita,
con base en texto de autoría desconocida.