“No hay palabra capaz de decir, cuanto me siento en paz delante de Dios y la muerte.
Escucho y veo Dios en todos los objetos, aunque a Dios mismo yo no entienda ni un poquito...
Bueno, ¿quien cree que un milagro es alguna cosa demás?
Por mi, de nada sé que no sean milagros...
Cada momento de luz o de tiniebla es para mí un milagro, milagro cada pulgada cúbica de espacio.
Cada metro cuadrado de superficie de la tierra está lleno de milagros, y cada pedazo de su interior está apiñado de ellos.
El mar es para mi un milagro sin fin: Los peces nadando, las piedras, el movimiento de las olas, los barcos que van con hombres dentro.”
Walt Whitman, autor de estos versos, confiesa que no entiende Dios, pero Lo siente profundamente en las cosas de la vida.
En este poema, intitulado “Milagros”, él va describiendo detallada y apasionadamente, todo que se le muestra con claridad la presencia de esos milagros.
A veces son cosas tan sencillas, como sentarte a la mesa y comer con tu madre, o sentarte debajo de un árbol con alguien a quien amas, o aun observar los animales alimentándose en el campo.
El poema es una descripción de decenas de imágenes, situaciones y hechos, que él considera como milagros.
Una narrativa arrebatadora de alguien que consigue, simplemente, percibir las bellezas de la vida.
Un encuentro de un alma con la riqueza del sencillo.
Contemplación encantada de lo que para muchos ya pasa desapercibido, sin ser notado...
¿Qué ha sido de nuestra sensibilidad para esas cosas? ¿Qué ha sido de nuestro encantamiento con la vida?
¿Por que no vemos más los milagros que cintilan en el velo de la noche, y que son colores bajo el astro rey del día?
Una serie de anuncios de televisión enseñó algo muy interesante. En uno de ellos, enseñaba muchas personas cerradas en una oficina, trabajando.
Una de ellas entonces, empezaba a ir, de despacho en despacho, diciendo algo como “¡Vengan a ver! ¡Es increíble!”
La noticia se divulgó y todos empezaron a salir corriendo de sus puestos de trabajo para ir en dirección a una gran ventana que había en el edificio.
Cuando finalmente todos llegaron, estaban anestesiados y encantados con la imagen: era una puesta del sol. Y decían: “¡Una puesta del sol, que lindo! ¡Increíble!”
Posiblemente, hacia mucho tiempo no veían el sol irse, que se habían olvidado cuanto era bello.
Nos acostumbramos con muchas cosas y dejamos de percibir cuanto son grandiosas.
Nos acostumbramos con las personas, y nos olvidamos de decir cuanto son importantes para nosotros.
Nos acostumbramos con todo que tenemos, y no tenemos más tiempo de agradecer...
Necesitamos volver a sorprendernos con la vida, con las personas, con nosotros mismos.
¿Cuantos “milagros” ocurriendo en este exacto instante?
Cuanto más podamos identificarlos y sentirlos, más próximos podremos estar de este estado del alma que puede afirmar:
“No hay palabra capaz de decir cuanto me siento en paz delante de Dios y la muerte.
Bueno, ¿quien cree que un milagro es alguna cosa demás?
Por mi, de nada sé que no es milagro...”
Redacción del Momento Espírita con base en el poema “Milagres”
de Walt Whitman, del libro Folhas de Relva, ed. Brasiliense.