El inolvidable personaje de Saint-Exupéry, el Pequeño Príncipe, trajo innumerables pensamientos sabios al mundo.
Una de sus comprobaciones nos dice que las personas adultas adoran los números.
“Cuando las personas hablan de un nuevo amigo, nunca se interesan en saber cómo es él en realidad.”- afirma.
“No preguntan: ¿Cuál es el sonido de su voz? ¿Cuáles son sus juguetes favoritos? ¿Colecciona mariposas?
Pero siempre preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?
Solo entonces ellas creen que lo conocen.”- termina por decir.
Exupéry nos invita a redescubrir lo que existe de bueno en la infancia, redescubrir la pureza, la esencia de las cosas y de la vida.
Y cuando nos habla, de forma incluso inocente, sobre las personas y los números, nos alerta para algo muy grave: nos obsesionamos con los números.
Siempre asociamos el tiempo a números.
Nos olvidamos que los numerales asignados a la medición del tiempo son convenciones y nos esclavizamos a ellas.
Demasiado tiempo; poco tiempo; no hay tiempo suficiente; tiempo de sobra.
Sesenta segundos; 60 minutos; 24 horas; 365 días - son números que parecen perseguirnos. Viven en nuestros sueños, pesadillas y en nuestras mayores urgencias.
Nos olvidamos que el tiempo es oportunidad, sucesión de experiencias y hechos y que debe ser aprovechado al máximo, con vistas a nuestro crecimiento espiritual.
Quince años de vida; treinta años; cuarentones; sesentones; tercera edad – son rótulos que creamos en el mundo, y que en realidad, no corresponden con la verdadera edad, con la edad del alma.
La edad del alma no está relacionada con los números del tiempo, sino con la disposición, con el humor, con el ánimo, con el coraje.
Nos asombra escuchar relatos de personas que, después de los noventa años, empiezan a aprender a leer, sintiéndose realizadas, más jóvenes que nunca.
¡No es por la fuerza de la expresión! Ellas realmente son jóvenes. Se puede disimular y maquillar la edad del cuerpo. La del alma, nunca.
¿Cómo evaluar, juzgar a alguien por el número de dígitos de su sueldo? ¿Por las ropas que puede comprar, por los viajes que puede hacer, por el año de su automóvil?
Viéndolo así, parece un absurdo, una exageración, pero es la forma en que muchos proceden en lo que dice respecto a los números y juicios que se hacen.
Muchos tienen números como objetivos: números en la balanza; números de las loterías; números de clientes; números de las metas de venta, etc.
Aún no descubrieron que el mundo verdadero no está hecho de numerales; que los mayores objetivos de la vida, las adquisiciones de mayor valor nunca podrán ser mensuradas de esta forma.
Es el momento de conocer a los demás y a nosotros mismos por lo que somos y no por todo lo que los números pueden expresar.
Números nunca podrán medir felicidad. Números nunca podrán mensurar alegría. Nunca podrán ponderar el amor.
* * *
Pero si aún no pudiéremos escapar de los números en este mundo, pensemos en esto:
¿Cuántas sonrisas damos al día?
¿Desde cuándo no le decimos a alguien que le amamos? No el “te amo” de las telenovelas, pero el que se dice y se siente con toda el alma.
¿Cuántos segundos dura tu abrazo?
¿Qué fecha has elegido para abandonar un vicio, para liberarte de algo que te esclaviza?
¿Cuántos días faltan para que empieces a ser feliz?
Redacción del Momento Espírita
con base en la cita de la obra “El Pequeño Príncipe”,
del libro “Felicidade, amor e amizade - a sabedoria
de Antoine de Saint-Exupéry”, ed. Sextante, Brasil.