Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Palabras de un hijo que no nació

        Madre, ¿por qué no me dejaste nacer? ¡Yo lo deseaba tanto, madrecita!

        Luché, trabajé, pedí a Dios y conseguí la autorización para renacer. Y tú, te comprometiste conmigo. Conmigo y con Dios.

        Como me quedé contento el día en que tú, en espíritu, al lado de papá, concordaste en recibirme en la intimidad de tu hogar.

        Yo deseaba un nuevo cuerpo. Planeaba un futuro de luz. En realidad, mi vida estaría señalada por pruebas y testimonios redentores.

        ¡Yo me preparé confiando en tu amor! ¡Y en el momento que más necesité, tú me asesinaste!

        ¿Por qué, madrecita? ¿Por qué?

        Cuando me sentiste en el santuario de su vientre cambiaste la conducta, el comportamiento. Y empezaste a torturarme. Tus pensamientos de rebeldía, que nadie escuchaba, ensordecían mis oídos como gritos dolorosos que me afligían mucho.

        Los cigarros que fumabas muchas veces me intoxicaban. Tu nerviosismo, fruto de tu insatisfacción, eran para mí verdaderos azotes.

        Cuando decidiste abortarme ocurrió algo interesante: tú deseando expulsarme del vientre y yo luchando para permanecer allí.

        ¿Por qué cerraste los oídos para la voz de la conciencia que te pedía compasión y serenidad?

        ¿Por qué anestesiaste tus sentimientos, a tal punto de olvidarte que yo te traía un universo de bendiciones y alegrías?

        Yo sería hijo obediente y amoroso. Aportaría recursos que te facilitarían la existencia en los últimos años de tu presencia en la Tierra.

        Pero no lo quisiste. Y mira ahora la consecuencia: yo, afligido por no renacer. Usted, enferma, triste, intranquila, con la mente atormentada por la aflicción y los sueños poblados de pesadillas.

        ¿Por qué madrecita, no me dejaste nacer?

        “Aún es temprano”, pensabas. “Quiero gozar de la vida, pasear, divertirme, viajar. Hijos, solamente después.

        Pero ningún hijo llega en un momento inadecuado. Las leyes de la vida son sabias y nadie nace por acaso.

        Sin embargo, por mucho amarte estoy rogando a Dios misericordia a su favor. Pido a Dios que alcances la bendición del reequilibrio para que, en un futuro cercano, estemos juntos. Yo en su vientre y usted, como siempre, en mi corazón.

        Yo alimentándome en la fuente de su vitalidad, y usted fortaleciéndose con mis sentimientos más puros de gratitud.

        Madrecita, por favor no repitas esa actitud premeditada, reflexionada.

        Cuando sientas nuevamente a alguien golpeando las puertas del corazón, ese alguien soy yo, el hijo renegado, que volvió para vivir y ayudarte a ser feliz.

        Madrecita, no te olvides de mí. No me abandones. No me expulses. No me mates otra vez. Necesito renacer.

* * *

        El hijo que te llega y pide asilo a tus sentimientos es siempre una bendición de Dios.

        Puede ser el portador de grandes problemas del pasado, deseando retornar para los aciertos en el presente. Puede ser alguien que te hirió y desea retornar para rogarte perdón en los multiplicados halagos de cariño.

        Puede ser el amor que tanto esperas, retornando a tu regazo para amenizar la gran carencia de tu afectividad.

        ¡Futura mamá, antes de decidir por la muerte del ser que llevas en el vientre, medite muy bien! ¡Es tu hijo y espera de ti protección, amparo y vida!

Redacción del Momento Espírita, con base en el mensaje recibido en el
Grupo Espírita Fabiano, Rio de Janeiro, inserida en la Revista
publicada por la Livraria e Editora Recanto, de Brasilia-Brasil.

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