Entre los pueblos que nos afirmamos
deístas, es frecuente oírse expresiones
que se refieren a Dios.
Hay quienes enuncian el nombre de Dios por
cualquier motivo. O sin motivo
alguno.
Otros dicen que utilizar el nombre sagrado de Dios
en cuestiones vanas, es
falta de respeto muy grande para con el Padre de la Vida.
Naturalmente cada cual defiende su idea, lleno de
razones, de
explicaciones. Como si fuera una cuestión fundamental para
la vida de la
sociedad.
Además del uso indebido del nombre de
Dios, tenemos la utilización de las
palabrotas, de las expresiones groseras, que llenan las almas con
vibraciones
negativas, pesadas.
Por otro lado, muchas personas en la convivencia
presentan los ímpetus del
alma atormentada, las rebeldías desatadas en su interior y
que se muestran
habitualmente por medio de la pornografía.
Convengamos que, observando una y otra
situación, mejor será que las
personas se acostumbren a hablar de Dios.
Todo y cualquier comentario acerca del Creador de
los mundos traerá olas de
armonía para quien lo exprese. Y también para
quien esté alrededor.
Una interjección sencilla expresada en
una sílaba, en un gesto popular
refiriéndose al Padre Creador, será siempre
bienvenido.
El impacto que la vibración del nombre
de Dios impone, trae consigo fluidos
positivos y buenos para la existencia de todos nosotros.
De esta forma, delante de las discusiones sobre
hablar de Dios o no
utilizar Su excelso nombre, nos toca la opción por continuar
a hablar de Dios.
Hablar de Dios, hablar para proyectar Su nombre.
No se discute el tema de los hábitos
fútiles. De aquellos que hablan por
hablar, sin repercusión moral.
Esa es una cuestión que no debe
afectarnos.
Miremos hacia los cielos y recordemos la gloria de
Dios. Extasiémonos con
las estrellas que cintilan, cantando la excelencia de Dios y
pronunciemos Su
nombre con gratitud.
Por la mañana, abramos las ventanas y
saludemos al nuevo día, enalteciendo
el nombre de Dios, que nos permite vivir un día
más en la Tierra.
Abracemos a nuestros hijos y
recordémosles el nombre de Dios, Excelsa
Providencia que nos sustenta la vida todos los días.
Escribamos un mensaje de optimismo para alguien y
recordemos de
invocar el nombre
de Dios, deseándole
paz.
Oremos a favor de quienes padecen los dolores de
la soledad, de la
detención, de la persecución de los hombres y
recordémosles el nombre de Dios, Causa
de todas las causas.
Delante de los sufrimientos atormentadores,
hablemos de Dios, la
explicación de todas las explicaciones, de todas las tesis.
Arrebatados por la música que nos
conduce a estados especiales del alma,
tengamos en mente el nombre de Dios, que creó la
armonía, el éxtasis.
Encantados por la cadencia de los versos de una
poesía, de un poema; agradecidos
por la luz de nuestros ojos, por el sonido de nuestra voz, por la
amplitud de
las riquezas naturales en nuestro entorno, hablemos de Dios.
Afortunados con el amor de un esposo, de una
madre, de un hermano, de un
amigo, agradezcamos a Dios por el sentimiento que nos invade.
Finalmente, busquemos sintonizar con Dios a
través de nuestro psiquismo, al
mismo tiempo en que vivimos las más profundas emociones, los
sentimientos más
luminosos, los éxtasis más felices.
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El nombre de Dios, sea hablado, escrito o pensado,
y que luego es también
sentido, graba en nosotros alegrías inmensas, profundos arrebatamientos y sublime
registro de paz.
Redacción del
Momento Espírita, con base en el capítulo A
paz em nome de Deus, del libro Em nome de Deus, del
Espíritu José Lopes
Neto, psicografiado por Raul Teixeira, ed. Fráter,
Brasil.