¡Hijo, despierta! ¡Son
las ocho de la mañana! ¡Te retrasarás!
Con un salto el joven se levantó. Sin
embargo, en seguida se dio cuenta que
era su primer día de vacaciones.
Madre, ¿retrasarme para
qué?
Para ir a pescar
con tu padre.
El joven perdió todo el entusiasmo. Si,
prometió a su padre que en cuanto
estuviese de vacaciones pescaría con él. Pero,
¿había que ser en el primer día
de vacaciones?
Se fue al fin, aunque sin muchas ganas.
Sentado al lado de su padre, que
conducía cantando, el joven pensaba en
como su padre estaba quedándose viejo y decrépito.
Se quedaba cantando músicas antiguas,
reía, hablaba y hablaba.
Finalmente llegaron. El padre aparcó el
coche, pero dijo que el local no
era apropiado para la pesca. Allí los peces eran
pequeños.
Caminaron durante dos horas en medio de la mata
densa hasta llegar al pesquero secreto del
padre.
Claro que es secreto, dijo el joven, molesto. Nadie,
a no
ser tú viene aquí. Ni siquiera los peces.
¡Eso es lo que tú
piensas! – dijo el padre. Aquí
es donde se reúnen las mayores tilapias de la represa.
Puso botas altas, pantalones impermeables y, bien
dispuesto, se adentró en
el agua para cortar el mato que invadía casi todo el lago.
Todo estaba pareciendo muy disparatado al hijo. ¿Qué gracia podía
haber en todo eso?
Cuando el padre preparó la
caña de pescar y lanzó el anzuelo, él
no soportó
y dijo:
Padre, estoy preocupado
contigo. Esa locura de venir hasta el fin del mundo para pescar
tilapias. Y la
madre me dijo que tú nunca vuelves con pescados.
¿Ya pensaste
en buscar un psicólogo?
Estoy perfectamente
bien, dijo el padre. Freitas,
que viene siempre aquí conmigo, es psicólogo.
Tavares es psiquiatra.
En ese momento, él sintió la
fisgada en el anzuelo, asió de la cuerda y
allí estaba ella: una tilapia grande.
El joven estaba sorprendido.
Padre, ¿ya has pescado
antes un pez así tan grande?
Siempre, hijo mío.
Pero, nunca te he visto
llevar ninguno para casa.
Te enseñaré por
qué, dijo el padre. Y fotografió al hijo
firmando el pez.
Después, devolvió
la tilapia al agua.
Pesco por placer,
no para llenar la barriga.
Sí, aquello era muy
bueno, pensó el hijo. El restante del
día lo pasó pescando con
el padre, y devolviendo a las aguas lo que pescaba, después
de fotografiar.
Vaya buscar a su
hermano, decía, soltando el pez.
Al final del día, en el retorno al
hogar, confesó que hacía tiempo que no
se divertía tanto. Aquello sí, era algo extremo.
Por la noche, mientras se preparaba para dormir,
concluyó que su padre no
tenía nada de loco o desequilibrado.
Su padre sabía vivir. Su padre era un
genio. Y él había descubierto eso en
aquel día.
Pensamiento
¿Tú ya planeaste estar todo
un día al lado de tu viejo padre, bebiendo de
su sabiduría?
¿Ya intentaste conversar sobre los
tiempos en que él se ponía brillantina
en el cabello para enamorar a tu madre?
¿Ya has pensado que tu padre
también fue niño, adolescente, joven? ¿Qué
tuvo sueños?
Mira a tu viejo con los ojos de quien valora la
experiencia, los años de
madurez, las luchas que hicieron encanecer sus cabellos.
Y, sin recelos, abraza a tu viejo,
agradécele por todos los días de
alegría
que él te brindó.
Haz eso. Aunque sea por primera vez. Hoy, mientras
estás a tiempo y él aún
está a tu lado.
Redacción
del Momento Espírita
con
base en la historia Meu pai... o rei do peixe,
de Maurício de
Sousa, Revista Cebolinha, n.
224.