Se cuenta que un maestro indiano llamado Nasrudin conversaba con un amigo, que le hizo la siguiente pregunta: “Entonces, maestro, ¿nunca pensaste en matrimonio?”
“Ya lo pensé”, respondió Nasrudin. “En mi juventud, resolví conocer a la mujer perfecta. Atravesé el desierto, llegué a Damasco y conocí a una mujer espiritualizada y linda; pero ella no sabía nada de las cosas del mundo.
Seguí viaje y fui a la ciudad de Isfahan. Allá encontré a una mujer que conocía el reino de la materia y del Espíritu, pero no era guapa.
Entonces, resolví ir hasta el Cairo, donde cené en la casa de una joven guapa, religiosa y conocedora de la realidad material.”
Intrigado, el amigo le indagó:
“¿Y por qué no te casaste con ella?”
“¡Ah! ¡Mi amigo!” suspiró Nasrudin. “Infelizmente ella también buscaba a un hombre perfecto.”
La enseñanza del sabio indiano se aplica perfectamente a los días de hoy.
Es común escuchar las exigencias de las personas, en lo relacionado a la amistad, el noviazgo y la boda.
Los jóvenes y las jóvenes traen en sus mentes soñadoras la idealización de como deberá ser aquel, o aquella, que conquistará su corazón.
Ingenuamente, buscamos a la perfección en el otro, ya que no podemos encontrarla en nosotros mismos.
No hay mal, de ninguna manera, en ser exigente en la escoja de nuestras amistades o de un futuro marido o mujer. Eso es bueno, desde que no lleguemos al exagero, está claro.
El problema está en siempre querer que el otro sea especial, que tenga diversas virtudes, nos olvidando de que él, o ella, también tiene sus exigencias, sus idealizaciones.
Así, podríamos cuestionar: “¿Será que tengo estas características, estas virtudes que busco en el otro? ¿Será que él no tiene una lista de exigencias como la mía? ¿Yo relleno a mis propios requisitos?”
Ejemplificando: sueñas con alguien que sea compañero, que sea sincero, y en quien se pueda confiar. Ahora, ¿ya te detuviste para analizar si estás dispuesto a ser así con el otro? ¿Si la virtud de la sinceridad está en tu corazón, o si eres digno de inspirar confianza?
Veamos como la racionalidad nos ayuda a entender mejor las cosas de la vida. Ella nos enseña a percibir que antes de exigir cualquier virtud de alguien, es necesario verificar si la tenemos nosotros.
Así, es importante el esfuerzo para mejorarse, para agradar a los demás, buscando la perfección en nosotros primeramente.
Aún estamos lejos de la sublimidad, es cierto, pero es necesario caminar hacia ella todos los días.
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Es bello soñar. Es necesario querer la felicidad. Pero, mientras la buscamos en el patio del vecino, continuaremos a vivir decepciones y frustraciones en nuestros días.
Vamos habituar nuestra mente a pensar en como podremos hacer felices a aquellos que están a nuestro alrededor, en vez de solamente exigir actitudes y sentimientos de los demás.
Es bello soñar. Es necesario querer la felicidad. Pero atentemos siempre para el hecho de que, “para que yo sea feliz en mi hogar, necesito llevar la felicidad al patio de alguien.”
Equipo de Redacción del Momento Espírita, con base en el cap.
A mulher perfeita, del libro Histórias para pais, filhos e netos,
de Paulo Coelho, ed. Globo..