Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone De felicidad y de millonarios

“Dinero no trae felicidad”, dice el proverbio popular. Y los ambiciosos inmediatamente completan: “No trae felicidad pero ayuda mucho”.

¿Lo será? Vamos escuchar a una pequeña historia acerca de eso.

Marcelo vivía soñando con la fortuna. Todas las semanas separaba el dinero y pasaba en la lotería para echar la suerte.

Por la noche, en la chabola pobre, hacía planes para cuando se hiciese millonario.

“Ah” – pensaba él – “seré uno de los felices de la Tierra”. Imaginaba mansiones, coches, ropas elegantes, amigos risueños. En fin, una vida de confort y alegría.

Por la mañana, se encaminaba para el trabajo, con el billete en el bolsillo del viejo pantalón. El corazón latía fuerte y las manos temblaban ligeramente antes de ver el resultado.

¡Negativo! Confería dos o tres veces más y, por fin, descartaba el papel, desconsolado. Y en esa hora siempre se acordaba  de Anette.

Amaba a Anette hacía mucho tiempo. La chica también le gustaba, pero no quería casarse con un pobretón.

Los días pasaron. En una tarde calurosa, un coche carísimo aparcó delante de la casa de Anette.

Un hombre elegante bajó. Se dirigió a la chica y le entregó un pequeño paquete. Ella lo abrió. La joya la dejó sin habla.

Lo miró. Era Marcelo. Le había tocado la lotería. Estaba rico.

Se casaron. Y fueron felices los primeros tiempos.

Décadas después, Marcelo tenía el alma hecha un trapo. Anette se había vuelto despilfarradora, fútil. Nada detenía su ansia por perfumes, fiestas, ropas, bolsos, viajes, zapatos.

Los hijos se los educaron las niñeras y los profesores. Ahora adolescentes, pasaban noches en discotecas, consumiendo bebidas y drogas, rodeados de amigos irresponsables.

Mimados, no respetaban a nadie, se burlaban de todo, se reían de las cosas sagradas.

La casa tenía cercas eléctricas, alarmas, cámaras, perros feroces y vigías. Los coches eran blindados. ¡Cuanta soledad!

Los días se pasaban fríos, sin objetivos nobles. No. Definitivamente, Marcelo no era feliz. Observaba la mujer y los hijos disfrutando de la riqueza, pero llevando una vida vacía.

La historia de Marcelo es más común de lo que se imagina. ¡Cuantas veces ponemos la razón de nuestra felicidad en valores como el dinero y los bienes materiales!

El dinero es bueno cuando bien utilizado, cuando dirigido a cosas útiles, para el bien o para la solidaridad.

Por el contrario, él solamente sirve para una vida llena de placeres, pero sin cualquier significado más profundo.

Observe cómo se nos revela la vida de los millonarios. ¿Será sólo lo que aparece en las revistas de famosos? ¿Será una existencia hecha solamente de alegrías? Seguramente que no.

Una mirada más atenta al noticiario desvela el dolor que visita a los ricos. La muerte también se les alcanza y a sus parientes...

Divorcios, escándalos, abandonos, miseria moral, depresión e infelicidad están presentes por toda parte.

Eso sin hablar de los que viven aprisionados en sus casas, rehenes del dinero, con miedo a atracos.

¿Será esa una buena vida? ¿Vale la pena cambiar la tranquilidad de una vida simple por el confort que cuesta la paz íntima?

¿Y qué decir de los que han perdido la propia vida a causa del dinero? ¿Los que se han muerto por las manos de sus propios hijos o de compañeros a causa de herencias? ¿O los que han sido engañados por los amigos que confiaban?

¿Será este nuestro ideal de vida? ¿Valdrá la pena?

Seguramente que no.

No hay riqueza que pueda pagar por sentimientos reales, por las pequeñas alegrías de la familia.

No. La felicidad, definitivamente, no está en el dinero. Ella está, gloriosa, en la consciencia tranquila, en los pequeños placeres que son frutos del amor, en una vida hecha de trabajo y de sueños.

 Redacción del Momento Espírita.

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