“Yo podría vivir encerrado en una cáscara de nuez y considerarme el rey del espacio infinito.” – así dijo Hamlet, el inolvidable personaje de Shakespeare.
Stephen Hawking, el célebre astrofísico inglés, inicia exactamente con esa idea, su obra intitulada “El Universo en una cáscara de nuez”, que sigue el estilo de su best-seller “Una breve historia del tiempo.”
En la obra, el matemático explica, en un lenguaje más accesible, los principios que rigen el Universo.
Sin embargo, en primer lugar Hawking se presenta como profundo admirador del misterioso cosmos, cuestionando si realmente es infinito o solamente gigantesco.
Si es eterno o solamente tiene una larga vida. Y como nuestras mentes finitas podrían comprender un Universo infinito.
El autor cree que aún existe mucho por descubrir, pero es optimista hablando de todo lo que ya se ha alcanzado.
La cáscara de nuez de Hamlet representa la pequeñez de nuestra comprensión y de nuestras fuerzas.
Pero también simboliza la capacidad del ser humano de usar su mente para explorar todo este Universo y avanzar con audacia a través de él, por donde hasta el mismo “Viaje a las estrellas” teme seguir.
Mientras tanto, estamos encantados con tantos descubrimientos, con la grandeza de Dios y Sus leyes, que hacen que todo esté donde tiene que estar y en el tiempo exacto.
Veamos unas cuantas maravillas:
El planeta Júpiter, el más grande de los orbes de nuestro sistema, que contendría en su interior 1000 planetas Tierra, cuando fue creado pudo haberse transformado en una estrella.
En cuyo caso, tendríamos dos soles en vez de uno, el día sería permanente y no habría noche, lo que imposibilitaría la vida en este mundo.
Podríamos hablar sobre las distancias en el espacio, lo que seguramente nos desconcertaría.
Tomemos como ejemplo la estrella más cercana a la Tierra después del Sol, la Alfa Centauri.
Está solamente a 4,3 años luz de la Tierra. Parece poco, ¿verdad? Imaginemos un viaje desde la Tierra en una nave espacial en alta velocidad – 100.000 kilómetros por hora – rumbo a nuestra vecina estrella.
Tendríamos entonces un pequeño viaje de aproximadamente 24.600 años para alcanzarla. ¿Nos es algo impresionante?
¿Deberíamos sentirnos insignificantes delante de todo eso? ¿Delante de las billones de galaxias existentes?
Ciertamente no. Al contrario, debemos sentirnos privilegiados por vivir en un Universo tan grandioso y de ser parte de él como Espíritus en evolución constante.
Otra conclusión sabia y racional, es la de que no podemos tener la pretensión de imaginarnos únicos en este espacio infinito.
Sería “un inmenso desperdicio de espacio”, según afirma el científico Carl Sagan.
Así, consideramos que este macrocosmo corrobora la existencia de una Inteligencia Suprema, una causa primera de todas las cosas, que rige nuestras vidas y destinos por intermedio de leyes perfectas.
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“Dios ha poblado los mundos con seres vivientes, que concurren todos al objeto final de la Providencia.
Creer que los seres vivientes están limitados al único punto que habitamos en el Universo, equivaldría a poner en duda la sabiduría de Dios, que no ha hecho nada inútil y que ha debido asignar a esos mundos un objeto más grave que el de recrear nuestra vista.
Nada, por otra parte, ni la posición, ni el volumen, ni la constitución física de la Tierra, puede inducir a suponer racionalmente que tenga el privilegio de estar habitada, con exclusión de tantos miles de mundos semejantes.”
Redacción del Momento Espírita con base en la obra “O universo em uma casca de noz”, de Stephen Hawking, ed. Mandarin, y en el ítem 55 de El libro de los espíritus, de Allan Kardec, ed. Feb.