Mucha gente se pregunta:
¿Que mal hice yo a Dios para merecer tanto castigo?
¿Tendré venido al mundo sólo para sufrir?
Preguntas hechas con voz de desesperación, de depresión, de revuelta, dejando clara la ausencia de la indispensable compresión del funcionamiento de las Leyes Divinas sobre la Tierra.
Creamos a un Dios a nuestra imagen y semejanza, haciéndole vengativo, cruel, tirano.
Nos olvidamos del Dios Padre, cariñoso, atento, presentado por Jesús.
No nos acordamos del Dios “Inteligencia Suprema”, del Dios “soberanamente justo y bueno”, desvelado por la Doctrina de los Espíritus.
Nadie sufre en la Tierra en función del castigo divino.
Lo que se habituó llamar de “castigo divino” es, de hecho, la manifestación del amor de Dios para con sus hijos.
Es este amor que les concede oportunidades nuevas para reaprender, para reflexionar y trabajar por redimirse.
Por otro lado, ningún alma se encuentra en el planeta a rebeldía de las celestes deliberaciones.
Entonces, todos los que en la Tierra se encuentran en el día de hoy, están por motivos ponderables, y aún cuando no consigan ver tales razones, éstas no dejan de existir.
Importante, entonces, será desenvolver la consciencia de que todo lo que sufrimos durante la vida corporal tiene un grave motivo delante de las Leyes de nuestro Padre.
Cúmplenos el esfuerzo para la maduración del intelecto y del sentido moral, de manera que pasemos a reflexionar mejor sobre la acción de Dios en nuestro campo de probaciones.
Probaciones no son manifestaciones de un Dios cruel, provocativo, que el pensamiento inmaturo puede todavía creer.
Pruebas son experiencias requeridas o aceptadas por nosotros, que tienen por objetivo proporcionar el crecimiento espiritual.
Y las expiaciones, nada más son que aciertos que hacemos con las Leyes que infringimos.
Si quito algo de algún lugar – genero la consecuencia de reponerlo en su localidad original.
Si estropeo, daño, rompo alguna cosa, genero consecuentemente la obligación, que es solamente mía, de arreglar, curar y restaurar.
Son mecanismos de las Leyes Divinas que buscan nos impedir de recaer en el equívoco, de recorrer caminos que nos alejan de nuestros mayores objetivos.
En las Leyes de Dios vamos encontrar siempre mecanismos de “educación”, y nunca de odio, venganza y punición simplemente.
Seguramente nos espantaremos, al descubrir que los golpes de la vida, los dolores, tragedias y estorbos, en su gran mayoría, son causados por nosotros mismos, aquí en esta encarnación.
Sí, como regla, las aflicciones con causa actual son en mayor bulto.
Esto nos muestra que podemos disminuir gran parte de nuestro sufrimiento, si tomamos actitudes enérgicas con relación a nuestra postura delante del Mundo.
Dios nos da los medios para conseguir, pues, además de no desear nuestro mal, quiere nuestra felicidad, nuestra madurez espiritual.
¿Lo sabías?
¿Sabías que en “El libro de los Espíritus”, Allan Kardec clasifica las causas de nuestras aflicciones en dos categorías mayores?
Se nos explican, él y los Espíritus, que tenemos vicisitudes con causas actuales, es decir, consecuencias naturales del carácter y del proceder de los que las soportan.
Y también las de causas anteriores, que son los dolores que no encuentran causa en esta existencia.
Elucidan ellos, que si las causas no están en la actual encarnación, están en el pasado del alma, en otras vidas.
Texto de la Redacción del Momento Espírita basado en el cap. “Deus e as provas”, del libro “Em nome de Deus”, del Espíritu José Lopes Neto, psicografado por Raul Teixeira, ed. Fráter.