El trabajo es una ley para todas las humanidades planetarias.
Desde el ser más rudimentario hasta los Espíritus angelicales que velan por los destinos de los mundos, cada uno ejecuta su obra, cumple su parte en el gran concierto universal.
Forzado y ordinario para los seres inferiores, el trabajo se torna grato a la medida que el espíritu se purifica.
Es una fuente de gozo para el Espíritu adelantado, insensible a las atracciones materiales, ocupado exclusivamente con los estudios superiores.
Es por el trabajo que el hombre domina las fuerzas de la naturaleza, y se preserva de la miseria.
Es por el trabajo que las civilizaciones se forman, que se propagan el bienestar y la ciencia.
El trabajo es el honor, es la dignidad del ser humano. El ocioso que se aprovecha del trabajo de los demás, sin producir nada, no pasa de un parásito.
Cuando el hombre se ocupa de su tarea, las pasiones se calman. La ociosidad, por el contrario, las estimula, abriendo un vasto campo de acción para que se manifiesten.
El trabajo es también un gran consolador, es un saludable preventivo contra nuestras aflicciones, nuestras tristezas.
Calma las angustias de nuestro Espíritu y fecunda nuestra inteligencia.
No existe dolor moral, decepciones o infortunios que no encuentren alivio en el trabajo.
No existen vicisitudes que resistan a su acción prolongada.
El trabajo es siempre un refugio seguro en la prueba, un amigo efectivo en la tribulación.
Por el trabajo, los hombres se acercan los unos a los otros, aprenden a ayudarse, a unirse. De ahí a la fraternidad hay solo un paso.
Cuando la sociedad romana, en la Antigüedad, deshonró el trabajo, llevándolo a la condición de esclavitud, resultó en su esterilidad moral y corrupción.
El trabajo es Ley Divina, vinculado a la Ley del Progreso. A través del trabajo se produce el perfeccionamiento de los seres.
El hombre, delante de las necesidades que percibe en el Mundo en que vive, pone en acción su inteligencia y produce mejorías en sus condiciones de vida.
Es así que la Tecnología avanzó y sigue avanzando; que la Medicina trae, a cada día, nuevos e importantes descubrimientos para disminuir los dolores y curar enfermedades.
Es así que se perfeccionan técnicas quirúrgicas, que se inventan artefactos, todo eso objetivando el bienestar del ser en la Tierra.
Al surgir un problema, en seguida el hombre piensa y crea algo, sino es para solucionarlo, al menos minimizarlo.
Pensando en su confort y en el deseo de belleza, todos los días el hombre crea nuevas y osadas formas arquitectónicas, embelleciendo el paisaje urbano.
Máquinas son puestas a disposición para el cultivo de la tierra, la siembra y la cosecha con el mínimo de desperdicio.
Todo eso es trabajo. Trabajo de quien suda la camisa, en el esfuerzo físico.
También el trabajo de aquellos que elaboran las leyes, con el objetivo de preservar la vida, el planeta, de ofrecer mejores condiciones a la Humanidad.
Por lo tanto, trabaja aquél que utiliza la fuerza física, así como aquél que pone su inteligencia en acción.
Uniéndose, unos y otros, se alcanza el progreso más rápidamente.
Y todo, gracias a la bendecida Ley del Trabajo.
¿Qué sería de nuestros días sin la bendición del trabajo?
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El trabajo es vida, es la gloria, es la paz de la Humanidad.
Dediquémonos, pues, a la investigación de las grandes cuestiones, al estudio de la naturaleza y a la propagación de la ciencia, divulgando por todas partes lo que consuela, anima y fortalece.
Que en el mundo entero, unidos en la obra gigantesca, cada uno de nosotros se esfuerce a fin de contribuir para enriquecer la esfera de acción material, intelectual y moral de la Humanidad.
Redacción del Momento Espírita, con base en el capítulo LII del libro “Depois da morte”, de Léon Denis, ed. Feb, Brasil.