Llueve.
En la fuente de las aguas, llueve.
En la frente de las lágrimas del pretérito callado
Lavando la lluvia de los ojos cansados.
Lloviendo en los mares, en los mares amados.
¿Hace cuánto tiempo que no lloras?
¿Hace cuánto tiempo que tus ojos no se cubren de lágrimas, esas pequeñas gotas que parecen nacer de nuestro corazón? ¿Hace cuánto tiempo?
Así como el fenómeno natural de la lluvia realiza el trabajo de purificar la tierra, el agua y el aire, las lágrimas tienen también la misma función. Su tarea es limpiar nuestro interior, exteriorizar nuestras emociones, sean de alegría o de pesar.
Necesitamos aprender a expresar nuestros sentimientos.
En nuestra cultura hay conceptos arraigados, como el de que el hombre no llora, o que es feo llorar, que surgen en nuestras vidas desde la niñez, en la educación familiar, y se interiorizan en nuestra alma, presentando también, manifestaciones en la vida adulta.
Sepamos todos, hombres y mujeres en la Tierra, que caminamos para la búsqueda de la sensibilidad, del autodescubrimiento y de la expresión de nuestros sentimientos.
Todo lo que se queda guardado vendrá a la superficie, más tarde o más temprano.
Si existen sentimientos buenos retenidos, estaremos perdiendo la valiosa oportunidad de traerlos al mundo, mejorando nuestras relaciones con el prójimo y con nosotros mismos.
Si existen sentimientos desequilibrados, estaremos perdiendo la oportunidad de enfrentarlos, de analizarlos, y de adoptar providencias para que puedan ser erradicados de nuestro interior.
Los obstáculos que nos impiden de que nos emocionemos o lloremos, son, muchas veces, los mismos que nos hacen personas reservadas y tímidas.
Obstáculos que necesitamos romper, para que nuestros días sean más agradables, más limpios, como la atmósfera que recibe el agua de la lluvia y encuentra en ella su purificación.
Las lluvias de los ojos hacen un bien muy grande.
Desahogar, traer hacia afuera la angustia de nuestro interior, así como todo lo que origina alegría, es un ejercicio precioso. Un hábito saludable.
Decir a alguien cuanto le amamos, cuanto este sentimiento nos viene al corazón, aun mismo sin un motivo especial, será siempre una forma de fortalecimiento de los lazos. De la construcción de una unión más feliz y, principalmente, un recurso para elevar nuestra autoestima, nuestro autoamor.
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Dios nos concedió la lluvia para regar los campos, para tornar el aire más puro.
También nos regaló las lágrimas, para que nuestros paisajes interiores pudiesen ser regados, y para que los aires del Espíritu encontrasen la pureza.
Redacción del Momento Espírita.
Disponible en el CD Momento Espírita Español, v. 1, ed. FEP.
En 27.6.2014.