¿Quién cuida a tu hijo cuando él no está bajo tu mirada?
Puedes decir que, en la escuela, los profesores son los responsables; que en tu hogar hay una nana igualmente responsable.
Al fin, crees que siempre que no estés cerca de tu hijo, alguien lo estará cuidando. Pero, además de los parientes, amigos o personas contratadas, hay alguien más, una protección invisible que cela por tu hijo.
Puedes decir que es su ángel de la guarda, su ángel bueno. La denominación, en verdad, no importa.
Lo que es efectivamente importante, es la certeza de que un ser invisible pone su atención sobre tu hijo, no importa donde esté. Y también sobre ti.
Todo eso no se trata de una teoría para consolar a las madres que se quedan lejos de sus hijos por largas horas. O para consolar los que están solos en los caminos del mundo. Nos referimos a una verdad que el hombre ya percibió desde hace mucho tiempo.
Basta que recordemos las pinturas antiguas que muestran niños cruzando puentes peligrosos, bajo la mirada atenta de un mensajero celeste.
O que evoquemos el libro bíblico de Tobías, donde consta que un ángel acompaña al joven en su largo itinerario, conduciéndolo a su cuidadoso padre, sano y salvo.
Es dulce y encantador saber que cada uno de nosotros tiene un ángel de la guarda. Un ser superior que nos ampara y aconseja, que susurra a nuestros oídos:
¡Detén el paso! ¡Cálmate! ¡Espera para actuar!
O nos incentiva: ¡Adelante! ¡Esfuérzate! ¡Estoy contigo!
Es este ser que nos ayuda en la ascensión de la montaña del bien. Un amigo sincero y dedicado, que permanece a nuestro lado por orden de Dios.
Fue Dios quien lo ubicó a nuestro lado y ahí permanece por amor de Dios, cumpliendo su bella y, muchas veces, penosa misión.
Eso porque, en muchas ocasiones, él nos aconseja, nos ofrece sugerencias y nosotros nos hacemos de sordos. En esos momentos él se pone triste, por saber que, más adelante, vamos sufrir las consecuencias de nuestra rebeldía.
Pero, él no hiere nuestro libre albedrío. Permanece a la distancia, aguardando otro momento, más adelante, para actuar de nuevo.
Su acción hacia nosotros es controlada, porque si fuéramos simplemente teleguiados por él, no seríamos responsables por nuestros actos.
Tampoco progresaríamos, caso no tuviéramos que pensar, reflexionar para tomar decisiones.
El hecho de que no lo veamos, tiene también un fin providencial. No viendo quien nos protege, el hombre confía más en sus propias fuerzas. Se esfuerza. Opera. Lucha para alcanzar los objetivos que busca.
No importa donde estemos: en la cárcel, en el hospital, en lugares viciosos, en la soledad, el ángel de la guarda siempre está presente.
Ese ángel silencioso y amigo nos acompaña desde el nacimiento hasta la muerte. Y, muchas veces, en la vida espiritual.
Nos acompaña, inclusive, a través de las muchas existencias en el cuerpo físico, que son estancias cortas de la vida del Espíritu.
* * *
Puede que te hayas equivocado en el mundo, quizás perdido el rumbo de los propios pasos. Sin embargo, piensa que un misionero del bien y de la verdad, que es responsable por ti, por tu guarda, permanece vigilante.
Si quieres, abre los oídos del alma y escúchalo, retomando los caminos de la luz.
Nadie, jamás, está totalmente perdido en este inmenso universo de almas y de hombres.
¡Piensa en eso!
Redacción del Momento Espírita, con base en las cuestiones
492, 495 y 501 de O livro dos Espíritos, de
Allan Kardec, ed. Feb, Brasil.
Em 02.02.2009.