Una u otra vez sucede.
Nos acordamos que un día dejaremos el cuerpo de carne y que partiremos para una otra realidad.
En esos momentos nos acordamos de elaborar el testamento, repartiendo lo que dejaremos para aquellos que se quedarán.
Las voluntades así expresas casi siempre crean disputas familiares que se alargan por muchos años.
Cuanto más grandes las posesiones de aquél que se fue, mayores son las disputas, en caso de que entre los herederos no exista entendimiento, afecto.
Hubo un hombre, sin embargo, que pensando en su muerte, elaboró voluntades muy precisas.
Pensó en su funeral y en lo que el podría significar para el mundo.
Él era un líder y decía que no deseaba ser idolatrado, pero sí ser oído.
Su lucha era por los derechos humanos y en nombre de ella, fue encarcelado 10 veces, pero sin disuadirlo de su ideal de igualdad entre los hombres.
Fue en la iglesia en que él era pastor, que habló acerca de su muerte:
“Frecuentemente yo pienso en aquello que es el denominador común y último de la vida: en esa cosa que acostumbramos llamar de “muerte”.
Frecuentemente pienso en mi propia muerte y en mi funeral, pero no en sentido agobiante.
Frecuentemente pregunto a mi mismo lo que me gustaría que fuera dicho en esa ocasión.
Dejo para ustedes, esta mañana, la respuesta…
Si ustedes estuvieren a mi lado, cuando yo encuentre mi día, acuérdense de que no quiero un funeral largo.
Y si lograren encontrar a alguien para hacer el “discurso fúnebre”, díganle para no hablar mucho.
Díganle para no mencionar que yo tengo un Premio Nóbel de la Paz: ¡eso no es importante!
Díganle para no mencionar que yo tengo trescientos o cuatrocientos premios: ¡eso no es importante!
Me gustaría que alguien mencionara aquél día en que Martin Luther King intentó dar la vida sirviendo a los otros.
Me gustaría que alguien mencionara el día en que Martin Luther King intentó amar a alguien.
Quiero que digan que yo intenté ser correcto y caminar al lado del prójimo.
Quiero que ustedes puedan mencionar el día en que… intenté vestir al mendigo, intenté visitar a los que estaban en la cárcel, intenté amar y servir a la Humanidad.
Sí, si quisieren decir algo, digan que he sido un mensajero: un mensajero de la justicia, un mensajero de la paz, un mensajero del derecho.
Todas las otras cosas son triviales, no tienen importancia. No quiero dejar para tras ningún dinero.
¡Yo solo quiero dejar una vida de dedicación!
Y eso es todo lo que yo tengo a decir:
Si yo pudiera ayudar a alguien a seguir adelante;
Si yo pudiera alegrar a alguien con una canción;
Si yo pudiera enseñar a alguien el camino correcto;
Si yo pudiera cumplir mi deber cristiano;
Si yo pudiera llevar la salvación para alguien;
Si yo pudiera divulgar el mensaje que el Señor nos dejó…
Entonces mi vida no habrá sido en vano.”
El Reverendo Martin Luther King Júnior luchó por los derechos de los negros en los Estados Unidos de América.
Fue Premio Nóbel de la Paz en el año 1964.
Todas las veces en que fue encarcelado, que sufrió atentados con explosivos, cuando su casa, esposa e hijos fueron amenazados, respondió con amor.
Decía que la respuesta al odio debía ser el amor y contenía sus seguidores para que no reaccionasen.
Murió asesinado, conforme previera.
En su túmulo está la prueba de que tenía la convicción que existe vida más allá de esta vida.
Y que partió, aunque de forma tan abrupta, con el alma en paz por la certeza del deber cumplido.
El epitafio dice: “¡Por fin, libre, por fin libre!
¡Gracias a Dios Todopoderoso soy finalmente libre!”
Fueron estas palabras que utilizó para concluir su más famoso discurso, intitulado: Yo tengo un sueño, en el que tradujo el ideal de la libertad y de la igualdad entre todos los hombres.
Ojalá todos los que abrazamos una religión, podamos tener esas ideas lúcidas acerca de la vida y de la muerte.
En ese día, el mundo será mucho mejor.
Texto de la Redacción del Momento Espírita, con base al discurso de Martin Luther King Júnior: Cuando me muera.