Hay muchos médicos sobre la faz de la Tierra y, por consiguiente, una
gran variedad de procedimientos por parte de cada uno de ellos.
Existen bellas historias de médicos que se superan como profesionales
y consiguen grandes resultados con los pacientes, incluso sin el uso de remedios
o bisturís.
Hace algunos años, leímos la historia de uno de esos médicos fantásticos
que curan, desde las enfermedades físicas hasta los males del alma.
Un amigo le preguntó cuál era la fórmula mágica que usaba para
ayudar a sus pacientes, y él le respondió: “mis enfermos se restablecen con
una prescripción que fue recomendada hace muchos siglos, en Galilea. A veces,
me pongo a pensar sobre lo que sucedería si el sermón de la montaña fuera
tenido en cuenta por todos los médicos...”
Es indiscutible que Jesús nos dio consejos preciosos para el bienestar
mental y físico.
Hacer el bien desinteresadamente es la mayor de las salvaguardas contra
las lamentaciones inútiles, el odio y el miedo. Por consiguiente, es una
especie de remedio contra muchas formas de enfermedad .
Otro médico contó que cierto día fue llamado a atender a un agente
de seguros, que se llamaba Bill Wilkins, que se despertó una mañana en un
hospital para alcohólicos.
Con profundo desánimo Bill le preguntó al médico: - ¿“doctor, cuántas
veces ya he estado en este agujero?”
- Cincuenta, respondió el médico. Tú te has convertido en uno de
nuestros más viejos pacientes.
- Este vicio acabará matándome ¿usted no lo cree? Preguntó.
- Mira, Bill, respondió el médico con voz grave, si insistes en
seguir ese camino, no vas a durar
mucho.
- Entonces, ¿qué tal dejarme tomar un traguito? Sugirió Bill,
con el rostro iluminado.
- Está bien, concordó el médico. Pero vamos a hacer un acuerdo. Hay
un joven en el cuarto de al lado, que está en malas condiciones. Es la primera
vez que viene aquí.
- Si te le muestras, como un horrible ejemplo de lo que le espera, tal
vez consiga hacer que renuncie a la bebida para el resto de la vida.
En vez de ofenderse, Bill se mostró interesado.
- Está bien, respondió. Pero no se olvide de la botella, cuando yo
vuelva.
El chico estaba realmente en pésimas condiciones. Bill, que se
consideraba incapaz de convencer a cualquiera que fuera, mal podía creer en su
propia voz, cuando empezó a insistir con el joven:
-
El alcohol es una fuerza externa que consigue vencerte. Sólo otra fuerza podrá
ayudarte. Si no quieres llamarla Dios, podrás denominarla la verdad. El
nombre no importa, lo importante es que esa fuerza está dentro de ti.
Fuera cual fuera la reacción del chico, Bill acabó impresionándose a
sí mismo.
Al volver a su cuarto, había olvidado el trato hecho con el médico.
Interesándose, finalmente, por otra persona, permitió que la ley del
desinterés y de la generosidad viniera en su propia ayuda.
Los resultados fueron tan eficaces que él se convirtió en el fundador
de un movimiento muy útil, para los que perdieron la fe en sí mismos, y cuyo
nombre es Alcohólicos Anónimos.
***
Todas las personas tienen en la intimidad la centella divina.
Y por más difícil que sea la situación, siempre habrá una solución
posible, basta que la busquemos con disposición y coraje.
Equipo de Redacción del Momento Espírita,
con base en la revista Selecciones del Reader’s Digest, nov/1946.