Allan
Kardec, el gran responsable por la codificación del Espiritismo, les preguntó
a los Sabios del espacio dónde están escritas las leyes de Dios.
Y
ellos le contestaron: en la conciencia.
De
esta forma, todos los seres humanos traen consigo, entalladas en la propia
conciencia, las leyes divinas.
Sin
embargo, aunque estén escritas, no todos logran leerlas, interpretarlas y
practicarlas. Para ello es necesario el desarrollo del sentido moral.
Esa
conquista es fruto del esfuerzo personal, del estudio, de la meditación,
de los pensamientos nobles.
El
despertar de la conciencia es un efecto natural del proceso evolutivo, y esa
conquista permitirá al ser evaluar factores profundos como el bien y el mal, lo
correcto y lo erróneo, el deber y la irresponsabilidad, la honra y la deshonra,
lo noble y lo vulgar, lo lícito y lo irregular, la libertad y el libertinaje.
Esa
conciencia no es de índole intelectual, actividad de los mecanismos cerebrales.
Es una fuerza que los impulsa nacida en las experiencias evolutivas, que se
exteriorizan en forma de acciones.
La
encontramos en personas incultas intelectualmente, y ausente en otras,
portadoras de conocimientos académicos.
Especialistas
en problemas respiratorios, por ejemplo, que conocen los daños provocados por
el tabaquismo, por el alcoholismo y por otras drogas, y que, a pesar de ello,
usan, ellos mismos, uno de esos flagelos, demuestran que aún no han
desarrollado la conciencia plena.
Sus
datos culturales son frágiles de tal forma, que no disponen de valor para
mantener una conducta saludable.
Por
otro lado, hay individuos que no tienen nociones intelectuales pero tienen
lucidez para actuar ante los retos de la existencia, y eligen un comportamiento
no agresivo y digno, aunque a costa de sacrificios.
La
conciencia puede ser entrenada mediante el ejercicio de los valores morales
elevados, que tienen por objeto el bien del prójimo y, en consecuencia, el
propio bien.
Si
desea iluminar su conciencia, he aquí algunas breves reglas que van a ayudarlo
a alcanzar ese propósito:
Administre
sus conflictos. El conflicto psicológico es inherente a la naturaleza humana y
todos lo sufren.
Evite
elegir hombres modelo para seguir. Ellos también son falibles y, a veces, se
comprometen, lo que, de ninguna manera, debe constituir falta de estímulo.
Permítase
una dosis mayor de confianza en sus valores, esforzándose para mejorar siempre
y sin desanimar. Si se equivoca, repita la acción, si acierta, siga adelante.
No
huya al enfrentamiento de problemas usando disculpas falsas, comprometedoras,
que lo sorprenderán más tarde con dependencias infelices.
Reaccione
a la depresión, y trabaje sin auto piedad ni acomodación
perezosa.
Tenga
en su mente que los suyos no son los peores problemas. Ellos pesan
de acuerdo al volumen que usted les imprime.
Libértese
de la queja pesimista y medite más en las fórmulas para perseverar y producir.
Nunca
ceda espacio a las horas vacías, que se llenan de aburrimiento,
malestar o perturbación.
Recuerde
que usted es humano y el proceso de toma de conciencia es lento. Usted adquirirá
seguridad y lucidez a través de una acción
continua y firme.
¡Piense
en eso!
La
existencia terrena es toda una oportunidad para el enriquecimiento continuo.
Cada
instante es una aspiración de nuevas acciones que favorezcan el
crecimiento, el conocimiento y la conquista.
Saber
utilizarla es un reto para la criatura que se afana por nuevas realizaciones.
¡Piense
en eso, pero piense ahora!
Equipo
de Redacción de Momento Espírita, con base en el libro Momentos de Conciencia,
caps. 1 y 6, Divaldo Franco. Edit. LEAL,1992. Versión en español: Roberto
M.L.Lamela Roca / AD LITTERAM