Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Yo los amé lo suficiente

Hijos míos, un día, cuando tengan la edad suficiente para entender la lógica que motiva a los padres y a las madres, les diré:

Yo los amé lo suficiente para preguntarles: ¿dónde van, con quién van y a qué hora regresarán?

Yo los amé lo suficiente para no haberme callado y hacerles saber  que aquel  nuevo amigo no era una buena compañía.

Yo los amé lo suficiente para hacerlos pagar los caramelos que retiraron del almacén y que tuvieran que decirle al dueño: "nosotros robamos esto ayer pero ahora queremos pagarlo".       

Yo los amé lo suficiente para quedar esperando de pie, junto a ustedes, durante una hora, mientras limpiaban la habitación; tarea que yo hubiera hecho en quince minutos.

Yo los amé lo suficiente para dejarlos ver, además del amor que sentía por ustedes, la decepción y también las lágrimas en mis ojos.

Yo los amé lo suficiente para dejarles que asumieran la responsabilidad de  sus acciones, incluso cuando las consecuencias eran tan duras que me partían el corazón.

Más que nada, yo los amé lo suficiente para decirles no, cuando tenía plena noción que ustedes podrían odiarme por eso. 

Esas eran las batallas más difíciles de todas. ¡Estoy contenta..., vencí... porque al final ustedes también vencieron!

Y, cualquier día, cuando mis nietos hayan crecido lo suficiente para entender la lógica que motiva a los padres y a las madres, mis hijos van a decirles cuando ellos le pregunten si su madre era mala: "sí... nuestra madre era mala. Era la madre más mala del mundo. Los otros niños comían golosinas en el desayuno pero nosotros teníamos que comer pan, queso, leche...”

Los otros niños tomaban refrescos, comían papas fritas y helados en el almuerzo, pero nosotros teníamos que comer arroz, carne, legumbres y frutas.

Ella nos obligaba a cenar en la mesa, muy distinto a las otras madres, que dejaban a sus hijos comer mirando la televisión. Ella insistía en saber dónde   estábamos en todo momento. Era casi una prisión.

Mamá tenía que saber quiénes eran nuestros amigos y qué hacíamos con ellos. Insistía que le dijéramos cuándo íbamos a salir, aunque demoráramos tan sólo una hora o menos.

Nosotros teníamos vergüenza de admitir, pero ella violó las leyes de labor infantil. Teníamos que lavar los platos, arreglar las camas, lavar la ropa, aprender a cocinar, barrer el piso, tirar la basura y todo tipo de trabajos crueles.

Yo creo que, por la noche, ella ni dormía, para poder elucubrar cosas crueles que luego nos mandaría hacer. 

Ella insistía siempre  para que le contáramos la verdad, solamente la verdad.

Y en nuestra adolescencia, parece que podía leer lo que pensábamos. Nuestra vida era realmente aburrida. No dejaba que nuestros amigos tocasen bocina cuando nos llamaban para salir.

Tenían que subir y llamar a la puerta, para que ella los conociera. Mientras todos podían salir de noche, a los doce o trece años, nosotros tuvimos que esperar hasta los dieciséis.

Nuestros amigos conducían el coche de los padres, incluso sin tener libreta de chofer, pero nosotros tuvimos que esperar hasta los dieciocho años para aprender, como exige la ley.

Nuestra madre nos hizo perder muchas experiencias de la adolescencia. Ninguno de nosotros estuvo involucrado en robo, actos de vandalismo, violación de propiedad, ni nos llevaron detenidos por ningún crimen.

Todo eso sucedió por su culpa. Ahora ya salimos de casa. Somos adultos, honestos y educados, y estamos haciendo lo posible para ser, también, "padres malos", tal como lo fue nuestra madre.

Creo que éste es uno de los males del mundo actual: no hay suficientes madres “malas” como lo fue la nuestra...

 

Equipo de Redacción de Momento Espírita, con base en mensaje de autor desconocido.

Versión en español: Roberto M.L.Roca / AD LITTERAM

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