Cuando
llegué a este mundo, no sabía en verdad qué estaba haciendo aquí, hasta que
me di cuenta que había alguien para orientarme en la jornada.
Un
día, cuando tú me levantaste en tus brazos, y me pusiste por encima de tu
cabeza, descubrí que tu objetivo era que yo percibiera el mundo desde un punto
de vista mucho más amplio
Cuando
empecé a intentar mis primeros pasos, con los músculos de las piernas aun débiles,
tú me sostuviste tomándome de la mano, y entendí que no deseabas llevarme en
la falda para siempre, sino que yo anduviera con mis propias piernas.
Cuando,
por vez primera, entré en casa jadeante, quejándome de mis amigos, tú me
dijiste que era yo quien tendría que arreglar la divergencia, y comprendí que
debería asumir la responsabilidad por mis propios actos.
Cuando
traje a casa mis primeros deberes y tú te sentaste a mi lado, me orientaste,
pero no me los hiciste, entendí que tú deseabas que el aprendizaje fuera una
conquista mía.
Un
día, en el que algunos objetos ajenos fueron a parar en mi mochila de la
escuela, tú, sin ofenderme, me pediste que se los devolviera a su legítimo dueño,
y comprendí que querías hacer de mí una persona honesta.
Cuando,
un día, mis compañeros salieron de la clase e hice algunos
comentarios maliciosos sobre ellos, y tú me dijiste que no debemos
hablar mal de las personas ausentes, aprendí las lecciones de la sinceridad y
del respeto.
En
los momentos difíciles, tú estabas siempre a mi lado para apoyarme, y en las
horas alegres no me faltó tu abrazo para compartirlas.
Cuando
aflojé ante el primer golpe de la vida, tú me hablaste de coraje...
Cuando
vertí lágrimas provocadas por el primer sufrimiento, tú me hablaste de
resignación...
Cuando
quise escapar a los compromisos que se presentaban, tú me hablaste
de responsabilidad...
Cuando
pensé en mentirle a un amigo, tú me hablaste de fidelidad...
Cuando
sentí en mi alma el azote de los primeros vendavales, tú me hablaste de
flexibilidad, y aprendí que para no romperse es necesario inclinarse, como hace
una pequeña rama verde ante el embate de los golpes del viento.
Cuando
tú presentiste en mis ojos la insinuación de la venganza, me hablaste del perdón...
Cuando
soñé con salvar el mundo, en los ardientes días de la juventud, tú me enseñaste
la moderación y el buen sentido.
Cuando
quise someterme a los modismos de un grupo, tú me hablaste de libertad.
Cuando
me iludí, pensando que el mundo era mío, tú me hablaste
del Creador del Universo...
Por
eso, papá, tengo que decirte que tú siempre fuiste mi héroe, mi amigo, mi
gran maestro, mi compañero de jornada...
Tu
fuiste firme, cuando era firmeza que yo precisaba...
Fuiste
tierno, cando era ternura que yo necesitaba...
Fuiste
lúcido, cuando era lucidez que me hacía falta...
Cuando
llegué a este mundo, no sabía en verdad qué estaba haciendo aquí, hasta que
me di cuenta que había alguien para orientarme en la jornada...
Hoy,
bueno..., hoy en día sé claramente lo que estoy haciendo aquí, porque tú,
papá, hiciste mucho más que orientarme, caminaste a mi lado muchas veces, me
acompañaste muy cerca otras tantas, y marchaste adelante muchas otras, dejando
rastros de luz, como directrices seguras que yo pudiese seguir.
Actualmente,
yo sé muy bien el papel que me cabe en la construcción de un mundo mejor,
porque eso lo aprendí contigo, mi gran y admirado amigo...
Y
cuando veo tantos jóvenes perdidos, sin rumbo y sin esperanza, vagando entre la
violencia y la muerte, le pido a Dios que interceda por ellos, porque es muy
posible que no hayan tenido la felicidad de contar con un padre como tú...
¡Qué
Dios te bendiga, mi gran amigo!
Equipo
de Redacción de Momento Espírita.
Versión
en español: Roberto M.L. Roca / AD LITTERAM