El hombre se despertó por la mañana y se recordó
de una recomendación que había leído en un libro de mensajes. La recomendación
era la siguiente: “Comience el día en la luz de la oración. El amor de Dios
nunca falla”.
Entonces inició su oración diciendo: Señor, hoy,
hasta el momento, me porté bien. No hable de la vida ajena. No me molesté. No
fui ganancioso, malhumorado, precipitado o egoísta. Estoy realmente satisfecho por eso.
Pero, en pocos minutos, Señor, voy a levantarme, y de ahí en adelante,
probablemente voy a necesitar de mucha más ayuda. Gracias.
Así debe ser nuestra oración. Un diálogo franco con la Divinidad,
exponiendo la intimidad de la propia alma.
No hay necesidad de largas frases, ni de palabras ensayadas. Es lo que
el alma siente y deja transbordar.
Un pedido sencillo, pero profundo. Un pedido de quien reconoce que la
necesidad mayor reside en sí mismo, en sus deficiencias morales. Un examen de
conciencia y un pedido de socorro.
La respuesta es exactamente la fortaleza de vencer,
gradualmente las dificultades íntimas e ir viviendo mejor a cada día,
conquistando la paz.
Quien se devota al trabajo, sin quedarse observando
los defectos ajenos y mucho menos comentándolos, siembra tranquilidad en el
ambiente profesional.
No se envuelve en la tela del nerviosismo y de la inquietud, los
problemas van siendo solucionados uno a uno, a medida que surgen.
Sin desear poseer demasiado, disfrutando de los
placeres que los bienes terrenos ofrecen, el hombre se entrega a la lucha de lo
cotidiano, sereno y confiante.
Sin permitirse el mal humor por cualquier cosa, sea
por un contratiempo en el tránsito, un defecto mecánico en el carro, un
funcionario que no atiende a los deberes. De esta forma, la criatura distribuye
serenidad donde se encuentra.
Sin precipitación oye a su semejante hasta el fin, antes de dar
respuestas que ni siempre atienden a lo que el otro desea.
Dejando de lado el egoísmo, el hombre se siente feliz en compartir lo
que posee y se vuelve una persona amiga y colaboradora.
Compartir cosas pequeñas, simples, como ofrecer una carona a un vecino,
prestar un libro o indicar una buena lectura.
Compartir lo que tenemos incluye los valores intrínsecos
del ser, que tiene que ver con la vida y sus objetivos.
Por lo tanto, comparta su seguridad de la existencia de Dios, de la
inmortalidad del alma con aquellos que se debaten en el mundo, sin fé, sin
rumbo, sin objetivos.
Y tenga la seguridad de que,
si usted ruega a Dios que lo ayude, él estará con usted, ayudándolo en esas
pequeñas grandes auto conquistas diarias, que solamente alcanzarán felicidad
para usted mismo.
***
Cada día es un regalo especial que Dios concede a los hombres.
Cada día es, de tal forma, único, que nunca se repite. Observe que el
sol rompe las tinieblas de la noche, trayendo la mañana radiante, siempre con
un nuevo colorido.
Las flores de ayer no están exactamente iguales a las de hoy. Las
gotas de lluvia que caen en abundancia no son aquellas que rodaron en días
anteriores.
Todo es nuevo a cada día. Este es el gran mensaje de Dios para los
hombres: la renovación de la oportunidad de crecer, mejorarse y ser feliz.
(Redacción del Momento Espírita, basado en
oración original en inglés, recibida de Nueva Zelanda)