¿Ya
has pensado por qué el elefante, un animal enorme, queda sujeto a una frágil
cuerda que, con poco esfuerzo, reventaría?
Eso
ocurre porque el hombre usa un medio eficaz de someterlo, cuando el elefante es
aún pequeño y desconoce la fuerza que tiene.
Atado
con una cuerda, el pequeño elefantito intenta escaparse. Hace esfuerzos, se
debate, se lastima, pero no logra cortar las amarras.
La
escena se repite durante algunos años. Las tentativas de libertarse son inútiles.
El elefante desiste.
Vencido
por las amarras, cree que todos sus esfuerzos serán inútiles, para siempre.
Así, después de adulto, el gigante queda sujeto a una fina cuerda que podría romper con un esfuerzo insignificante.
Si
hacemos una comparación paralela con el ser humano, podríamos hacer la misma
pregunta: ¿por qué un ser tan grandioso, potencialmente creado para la
perfección y la felicidad, se deja vencer por amarras tan sutiles y sin
fundamento?
Son
cuerdas invisibles que van inmovilizando a
un gigante que, al fin y al cabo, se conforma y se somete, sin nada cuestionarse.
Esas
cuerdas pueden ser fácilmente percibidas, basta observar con una mirada más
atenta.
La
idea de que el hombre ha sido creado para el sexo y no el sexo para el hombre,
insuflada desde la más tierna edad, hace
con que el adolescente se deprave, se prostituya y sea infeliz
El
adulto, acostumbrado con esa amarra invisible, se reduce a un esclavo sexual,
desdichado y exhausto, cuando podría usar las potencialidades sexuales para la
vida y para el amor, y así consolidar uniones maduras con base en el
sentimiento.
La
sutilidad de las llamadas para el vicio, exhibidas adrede en escenas de
programas y avisos comerciales, cuyo mayor público es de menores de edad,
genera una potente amarra para el joven que, para ser aceptado por el grupo se
embreña en una maraña de difícil salida.
La
sensualidad mostrada en gran escala como “lo máximo” crea modelos de
prototipos perfectos y físicamente bien esculpidos, y hace la desdicha de
aquellos que no atienden a tales requisitos.
El
culto exagerado al dinero, al tener bienes materiales, al estatus, en menoscabo
del ser, del desarrollo de las potencialidades intrínsecas del ser, engendra
amarras que paralizan a muchos individuos.
Unos,
porque se convierten en esclavos de lo que no poseen, pero les gustaría tener,
otros subyugados por los bienes que han acumulado y quieren retenerlos de
cualquier forma.
Las
amarras son tantas y tan sutiles que generan una parálisis generalizada, y
someten a una gama enorme de gigantes que desconocen sus potencialidades y su
objetivo en la tierra.
En
vez de buscar las estrellas, herencia natural de los hijos de Dios, se vuelcan
hacia lo ilusorio, hacia lo fútil, hacia
los falsos valores.
Creados
para la eternidad, esos gigantes se conforman con las apariencias, con lo
transitorio, con la ropa que van a vestir, con lo que los demás piensan a su
respecto.
Hijos
de la luz, se dejan caer en las sombras de la ignorancia, de la desdicha, del
desespero.
Vale
la pena meditar sobre esto y tratar de identificar todos esos vínculos
invisibles que nos impiden de levantar vuelo.
El
vuelo hacia la libertad definitiva, con rumbo dirigido a los parajes sublimes
que esperan a esos gigantes en marcha hacia la perfección.
¡Piensa
en eso!
¡Piensa
en eso!
Tú
eres un ser especial.
Tu
destino te pertenece. No permitas que te sujeten por las cuerdas invisibles que
otras mentes desean imponerte.
Tú
tienes un sol interior y tu fuerza es mucho mayor de lo que puedas imaginarte.
Corta
todas tus amarras y busca las alturas... Tú eres hijo de la luz y heredero de
las estrellas.
Equipo
de Redacción de Momento Espírita.
Versión
en español: Roberto M.L. Roca / AD LITTERAM