Era
una vez dos hermanos que pasaron la vida entera en la ciudad y nunca habían
visto un campo o una pradera. Pero, un día, decidieron hacer un viaje para el
interior. Mientras caminaban, vieron un labrador arando la tierra y se quedaron
intrigados con lo que aquel hombre estaba haciendo.
Ese sujeto está todo
el día marchando hacia adelante y hacia atrás, excavando surcos profundos en
la tierra. ¿Qué tipo de comportamiento es ése? ¿Por qué alguien
destruiría una campiña tan hermosa? Preguntó uno de los hermanos.
Al atardecer, volvieron
a pasar por el mismo lugar y vieron al labrador colocando las semillas en los
hoyos.
En esa oportunidad
pensaron: ¿qué estará haciendo? Debe ser loco. Está tirando trigo bueno
dentro de esas zanjas.
El campo no es lugar
para mí. La gente actúa como si fueran chiflados. Voy a volver para casa, dijo
uno de los muchachos. Y realmente
regresó para la ciudad.
Pero el otro se quedó,
y pocas semanas después comprobó un cambio maravilloso. Las plantas de trigo
empezaron a brotar, cubriendo los campos con un verdor que nunca había
imaginado.
Admirado con lo que había
visto, trató de escribir para su
hermano para que viniera a ver ese crecimiento milagroso. Y el hermano volvió
de la ciudad y también se quedó encantado con los cambios.
Pasaron algunos días,
el verde de los brotes fue dejando lugar al dorado de los trigales maduros. Fue
entonces cuando los dos comprendieron el trabajo del labriego.
El
trigo maduró completamente y el labrador tomó la hoz y empezó a cortarlo. Uno
de los hermanos no entendió lo que estaba sucediendo y exclamó con indignación:
- ¿Qué estará
haciendo ese loco? Trabajó todo el verano para cultivar ese lindo trigal y
ahora lo está destruyendo con las propias manos! ¡Es realmente un loco
insensato! Para mí ya basta, voy a volver para la ciudad.
Pero el otro tenía más
paciencia. Se quedó en el campo y acompañó el trabajo de la cosecha y vio
cuando el trabajador llevó el trigo para el granero.
Observó el esmero con
que él separó el rastrojo y el cuidado al almacenar los granos buenos. Se quedó
admirado al constatar que la siembra de apenas una bolsa de semillas había
producido un trigal entero. Solamente entonces entendió que había una razón
por trás de cada acto del labrador.
Eso es lo que tantas
veces sucede con nosotros con relación a los designios divinos. Muchos de
nosotros percibimos apenas una parte de los planos de Dios y al no
comprenderlos, los juzgamos mal.
Y por no ser capaces de
entender toda la extensión de los propósitos y de los objetivos del creador,
nos sublevamos.
Pero Dios, que es la
Inteligencia Suprema del Universo, Creador de todas las cosas, sabe el porqué
de cada una de sus acciones con relación a sus hijos.
Por esa razón, aunque
no podamos alcanzar totalmente el plano de felicidad que Dios ha trazado para
cada uno de nosotros, tengamos la confianza plena de que el gran labrador del
universo siempre sabe lo que está haciendo.
***
Cuando el hombre se
detiene a contemplar las estrellas del firmamento infinito, no puede negarse a
reflexiones y emociones de variada grandeza, en las cuales, inevitablemente,
siente reflejada la presencia de la Divinidad.
(Basado en el Libro de las Virtudes, pág. 502)