Momento Espírita
Curitiba, 26 de Abril de 2024
busca   
no título  |  no texto   
ícone De los pétalos arrancados

La niña pequeña empezó a fijarse en el jardín de su casa.

Estaba encantada con una flor roja: la buganvilla.

Aún en el regazo, pidió a su padre que la acercara. Deseaba ver con las manos y sentir su perfume.

Al tirar de una pequeña rama de color, la mayoría de los pétalos se desprendieron accidentalmente. Ahora estaban en la palma de su pequeña mano.

Había dejado la rama de la planta escarlata casi sin vestiduras. La niña se asustó. La rama se volvió rápidamente hacia atrás.

Miró a su padre como diciendo: No pretendía hacerle daño...

Entonces, hizo un gesto inusual. Estiró su pequeño brazo, sujetando los pétalos sueltos que aún tenía en la mano y buscó nuevamente las flores que habían quedado en la rama.

Ella quería devolver lo que le había quitado a la flor, ahora semidesnuda.

El padre se quedó sin palabras. Su primer impulso fue decir que no era posible, pero aceptó el deseo de su hija y dejó que ella arreglara delicadamente las partes arrancadas junto a las que aún se mantenían en el arbusto.

Finalmente, la niña dio la situación por resuelta. El padre, sin embargo, no. Se quedó con los pétalos arrancados en su pensamiento.

*   *   *

¿Es posible devolver un pétalo a una flor?

Los botánicos seguramente dirán y probarán que no. Una vez retirados, no volverán más. No se les puede pegar, coser ni provocar ningún tipo de regeneración.

Así ocurre con el tiempo; así con las palabras que pronunciamos; así con las acciones. No hay como deshacer lo que fue hecho, lo que fue dicho, lo que pasó.

Herimos profundamente a alguien y nos disculpamos. ¿Somos nosotros los que intentamos devolver los pétalos arrancados?

Entonces, volvamos a la pregunta original: ¿es posible devolver un pétalo a una flor?

Todo nos lleva a aceptar el no como la respuesta más razonable, o la única plausible. Triste respuesta.

Sin embargo, si la ingenuidad y la pureza infantiles lo creyeron posible, quizás podamos creer en hacerlo posible, pero de una manera diferente.

¿Y si decidimos cuidar de ese árbol de una manera especial, mirándolo todos los días, así como El Principito un día cuidó de su rosa?

Estemos atentos a lo que el árbol necesite y que no le falte nada. Cuidemos del suelo, manteniéndolo fértil.

Siempre podremos hablar con él, decirle lo hermoso que es, acompañar su crecimiento y estar allí, conmovidos, cuando finalmente nazcan nuevos pétalos en lugar de los que faltan.

Quizás sea nuestra forma de devolver...

Y si no podemos restituir exactamente aquella flor por alguna razón, podríamos cumplir nuestra misión de la misma manera, con otras. Entendiendo que nuestra deuda es con la naturaleza como un todo.

*   *   *

El hombre siempre sufre la consecuencia de sus faltas. No existe una sola infracción a la Ley de Dios que no quede sin su correspondiente castigo.

Tan pronto como el culpable clama por misericordia, Dios lo escucha y le envía la esperanza. Pero el simple arrepentimiento del mal causado no es suficiente.

Es necesaria la reparación, por lo que el culpable se ve sometido a nuevas pruebas en las que puede, siempre por su libre voluntad, hacer el bien reparando el mal que haya hecho.

Su felicidad o su desgracia dependen de su voluntad de hacer el bien.

Redacción del Momento Espírita, con base en la crónica
Das pétalas arrancadas, de Andrey Cechelero y en el cap.
XXVII, ítem 21 del libro El Evangelio según el Espiritismo,
de Allan Kardec, ed. FEB.
El 14.7.2022.

© Copyright - Momento Espírita - 2024 - Todos os direitos reservados - No ar desde 28/03/1998