Escena curiosa al borde del camino.
Dos árboles, dos cerezos plantados en el parterre, cerca de la acera.
Uno de ellos exuberante, lleno de rojo, lleno de vida y llamando la atención de quien pasa.
El otro, sin embargo, distante menos de cinco pasos, de apariencia absolutamente opuesta, totalmente seco, marchito, como si estuviera muerto.
Causa extrañeza a la vista de unos, causa pena a otros, mirar aquellas obras de Dios, así, con desigualdad tan grande.
Están en el mismo suelo, reciben el mismo riego, el mismo sol, pero tan distintos el uno del otro. Un enigma.
El tiempo, sin embargo, todo lo aclara. Las semanas pasan, y el misterio es esclarecido.
Quien mira con atención, se da cuenta de que algo ha cambiado significativamente: el hermoso cerezo que antes estaba en flor ahora está desnudo, sin colores.
Y el que antes inspiraba piedad, ahora está deslumbrante y colorido.
Cada uno tuvo su tiempo, cada uno realizó su ciclo anual, en momento distinto, y ambos han traído belleza al mundo de la misma forma.
* * *
El ejemplo de los cerezos es una lección para el alma.
Cada uno de nosotros florece a su tiempo, cuando alcanza las condiciones necesarias.
Hijos que crecieron en el mismo hogar, recibiendo las mismas condiciones de desarrollo, el riego del amor, la disciplina de la poda, el sol de la atención, pueden despertar en flor en momentos distintos.
Compañeros de corazón endurecido, que se muestran insensibles a los dolores ajenos y que, muchas veces, hacen de la existencia de los que los rodean un verdadero caos, también florecerán a su tiempo.
Algunos, incluso, pueden hasta mantenerse como árboles secos durante una o algunas encarnaciones. Su floración vendrá mucho más tarde.
A veces, las semanas de los árboles del camino son siglos, milenios, para las almas inmortales.
Por eso, sepamos cuidar y juzgar con madurez.
En algunas ocasiones, actuamos como el conductor apresurado que, al observar los dos árboles tan diferentes, pronto concluye: ¡uno resultó, el otro no! O aún: uno está vivo, el otro muerto.
La naturaleza es mucho más sabia de lo que imaginamos. Nos enseña a esperar y a saber mirar.
Es importante tener cuidado con las etiquetas apresuradas. Un palo que nació torcido puede sí, enderezarse. Por cierto, nació justamente para eso.
Y, además, no nació torcido por un capricho de la naturaleza, sino porque se volvió torcido en el pasado.
Las etiquetas son peligrosas. Estorban y no ayudan en nada.
Todo el mundo tiene talento. Todos pueden florecer y lo harán. Tal vez, simplemente, no en el tiempo que esperamos o que el mundo demanda.
Recordando los árboles del camino, aprendamos de la sabiduría del tiempo. Miremos más a menudo, miremos la película y no sólo la fotografía.
Que la naturaleza siga enseñándonos y ofreciéndonos esa visión amplia de las cosas.
Percibamos que en la naturaleza nada es apresurado, nada es instantáneo. Todo se construye, todo se conquista.
Las leyes divinas, que rigen los mundos, son sabias. Aprendamos de ellas.
Y, la próxima vez que observemos un árbol sin flores o incluso un alma seca en el camino, recordemos los dos cerezos.
Redacción del Momento Espírita
El 16.3.2022.