Momento Espírita
Curitiba, 16 de Abril de 2024
busca   
no título  |  no texto   
ícone La gratitud siempre nos alcanza

Era una niña de ocho años cuando los nazis invadieron Francia. Judía, ella fue obligada a llevar en el pecho una enorme estrella amarilla, para que todos supieran su origen.

Francine Christophe, junto con su familia, fue enviada al campo de concentración Bergen-Belsen, en Alemania. Cuenta que, por ser hijas de prisioneros de guerra, tenían el derecho de llevar consigo una pequeña bolsa.

Tan pequeña que podría tener en su interior un terrón de azúcar, un puñado de arroz, un pedazo de chocolate.

Su madre decidió llevar dos trozos de chocolate y le dijo que, cuando la pequeña Francine estuviera destrozada, exhausta, tal vez aquella pequeña porción de chocolate tuviera el poder de levantarla.

Cierto día, llegó al campo una mujer. Estaba embarazada. Pero, tan delgada, que apenas se le veía la silueta.

Llegó el día del parto. La madre de Francine, que era la jefa de la barraca, la acompañó hasta cierto lugar considerado como enfermería.

Cuando estaba a punto de salir de la barraca, fue hasta su hija y le preguntó si aún tenía uno de los trozos de chocolate.

Ante la afirmación de la niña, le dijo que un parto en esas condiciones traería, casi con certeza, la muerte para la parturienta.

Quizás, si ella le ofreciera aquel chocolate, podría ayudar. La niña entregó su preciosidad.

La mujer dio a luz un bebé minúsculo. Ni ella murió, ni el bebé que, sin embargo, jamás lloró. Nunca dio siquiera un gemido.

Seis meses después, cuando se produjo la liberación, al desenvolver a aquella cosita minúscula, ella gritó por primera vez.

Fue emocionante. Según Francine, aquel fue el día en que, verdaderamente, nació el bebé.

Muchos años después, casada, Francine fue indagada por su propia hija si todo no habría sido diferente si los prisioneros de los campos de concentración, al regresar a sus países, hubieran tenido el apoyo de psicólogos.

¿Cómo habría sido? - se preguntó Francine. Y resolvió organizar una conferencia, abierta a quien quisiera: sobrevivientes, psicólogos, psiquiatras, jóvenes, ancianos.

El tema era: Si hubiera habido psicólogos cuando volvimos de los campos de concentración, ¿cómo habría sido?

El día de la conferencia, poco antes de iniciar su discurso, se le acercó una psiquiatra residente en la ciudad francesa de Marsella. Dijo que tenía un regalo para ofrecerle.

Buscó en el bolsillo y sacó de allí un chocolate. Lo entregó, emocionada, para la conferenciante y dijo solamente: Yo soy el bebé.

*   *   *

Todo el bien que hagamos, por más insignificante que nos pueda parecer o por más grandioso que haya sido, no pasa en blanco.

En un alma noble, la gratitud queda grabada. Pueden pasar los días, la alegría retornar, la vida ser rehecha, para quien vivió el caos del hambre, de la miseria, del casi olvido de ser persona, de ser una criatura humana.

Todo se puede dejar atrás en el intento de buscar el sentido de la vida misma. Para encontrar caminos para seguir adelante.

Nada de eso hará que la gratitud se borre. A veces, es difícil agradecer personalmente al benefactor. Sin embargo, algunos de nosotros, como la psiquiatra francesa, tenemos la oportunidad de conseguirlo.

Sí, la gratitud siempre nos alcanza.

Redacción del Momento Espírita, con base en
 relato oral de
Francine Christophe, en el video
 
HUMAN, producido por Bettencourt Schueller
 Foundation y Good Planet Foundation.
El 8.11.2021.

© Copyright - Momento Espírita - 2024 - Todos os direitos reservados - No ar desde 28/03/1998