Momento Espírita
Curitiba, 29 de Março de 2024
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ícone Los invisibles que están con nosotros

La noche seguía siendo festiva en el gran auditorio de la Universidad. Los padres, familiares, los amigos ocuparon casi todos los asientos.

La entrada de los graduados, uno a uno, bajo los flashes de los fotógrafos, sucedió en un mar de emociones.

Padres orgullosos, recordando las interminables horas de estudio, el esfuerzo por obtener el título universitario del hijo.

Padres que apenas contenían las lágrimas, en los recuerdos de los pequeños de hace poco y ahora recibiendo los laureles de un curso concluido.

Había cónyuges, novios, padrinos y madrinas. Y las manifestaciones de unos y otros sucedían, a cada graduado que tomaba asiento en el gran escenario.

Luego, fueron los discursos. Y los homenajes a los profesores, a los padres, a los colegas.

Sin embargo, hubo un momento más especial que todos los demás. Fue entonces cuando la fiesta trascendió las paredes del auditorio.

Cruzó fronteras y estableció un puente con la Espiritualidad.

Anteriormente, el nombre de Dios, el Señor de la vida, se había recordado más de una vez.

Había surgido una oración de gratitud y fueran religiosos o no, los minutos se convirtieron en envolvente vibración.

Luego, el maestro de ceremonias anunció que se prestaría un homenaje a los que no estaban presentes.

Las luces se apagaron y se les pidió a todos los invitados que encendieran la linterna de sus celulares. El ambiente parecía un cielo de diminutas estrellas brillantes.

Y mientras se recordaba a los padres que se habían ido, una esposa, un amigo, aquellas pequeñas luces brillantes, en las manos que se movían, decían que ellos, los invisibles, estaban allí.

Sí, ese era el mensaje. Estaban invisibles, pero presentes, al lado de sus amores.

No había nadie que no derramara una lágrima, mismo que furtiva.

Las voces embargadas de las graduadas, responsables del homenaje, apenas pudieron llegar al final del texto previamente elaborado.

Fueron momentos de una vivencia espiritual. Momentos en que los dos mundos se interpenetraron y los de este lado nos dimos cuenta de eso.

Los más sensibles sintieron los abrazos, las caricias de los que estaban en la Espiritualidad.

Sin duda, fue el momento más extraordinario de aquella noche.

*   *   *

Qué bueno sería si repitiéramos estas vivencias más a menudo en nuestras vidas. Si nos acordáramos de establecer ese puente de comunicación con los que se han ido.

Después de todo, la frontera de la Espiritualidad comienza exactamente cuando termina la frontera de la vida material.

Y un pensamiento de los tiempos felices vividos juntos será suficiente para que hagamos la conexión con sus mentes.

Ellos, así como nosotros, nos extrañan. Y, a menudo, en las horas del día o en las horas muertas de la madrugada, nos buscan.

No solemos sentirlos, porque estamos inmersos en preocupaciones. Entonces, de vez en cuando, dejémonos abrazar por quienes continúan amándonos.

Porque el amor nunca se acaba. No se queda encerrado en una urna ni se convierte en cenizas.

El alma inmortal lleva consigo el perfume de sus amores, el dulce recuerdo de los que se quedaron y, desde donde está, envía su cariño.

Son como pequeños ramos de delicadas flores que se dirigen a nosotros.

Permitámonos sentir su perfume. Oremos. Pensemos en ellos, dirigiéndoles nuestro amor, a ellos, a los invisibles que están con nosotros.

Redacción del Momento Espírita
El 7.6.2021.

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