Momento Espírita
Curitiba, 26 de Abril de 2024
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ícone Depresión en la infancia

Se está haciendo frecuente la discusión con respecto al problema de la depresión en la infancia.

Es asustador el número de niños que entran en ese estado de alma, preocupante.

Pero, aunque se intente descubrir las causas generadoras de ese mal y se levanten varias cuestiones sobre el asunto, el problema continúa.

Para un observador atento, quizás no sea difícil detectar las posibles raíces del problema.

Es que, envueltos en la agitación de la sociedad actual, los padres y los demás parientes se han olvidado de dar la atención debida a los pequeñitos.

En general, ellos son relegados a un segundo plano en el orden de las prioridades.

En primer lugar, viene la ocupación con los recursos financieros que garanticen el sustento físico de la familia. Y esa preocupación absorbe a tal punto a los padres, que muchas veces los pequeños son atropellados en vez de conducidos con amor y cariño.

Es común que veamos a los chiquillos en el asiento trasero del automóvil o en la ventanilla del autobús escolar, con sus caritas melancólicas mirando hacia el vacío, como si estuvieran absorbidos por profundos cuestionamientos.

Se pudiésemos oír sus devaneos, quizás escuchásemos sus angustias íntimas:

¿Por qué tengo que salir de mi placentero hogar para estar con personas que no conozco?

¿Por qué preciso dejar mis juguetes e ir a jugar con esos otros niños que quieren tomar los míos y no me dejan jugar con los suyos?

¿La maestra no va a rezongarme? ¿Y si algún chico mayor me pega? ¿Y si entra un asaltante en la escuela y me roba?

¿Y que tal si cuando vuelvo para casa, toda mi familia ha desaparecido o se ha marchado? O entonces, ¿será que mi madre va a acordarse de buscarme al final de la clase?

Para el adulto, que vive una realidad distinta a la del niño, todo eso parece pueril, pero para él es motivo de inquietud y angustia.

Hoy en día, movidos por el deseo sincero de prevenir a los niños contra los males de las drogas y de la violencia, quizás hayamos volcado una carga demasiado grande de pavor sobre esas almas aún frágiles.

En el hogar, muchas de ellos conviven diariamente con la brutalidad y la violencia de los juegos electrónicos, sin estar maduros para separar lo que es ficción de la realidad.

Y, un día, ellos salen del hogar y parten para un mundo diferente del suyo, llenos de miedo e inseguridad.  

Además, conllevan, en lo profundo de su alma, traumas y conflictos de otras existencias, pues no podemos olvidar que nuestros niños son espíritus reencarnados.

Considerando todo esto, si realmente deseamos ayudar a nuestros hijos, busquemos entenderlos mejor. Tratemos de penetrar en su mundo y brindarles el amparo y la protección que tanto necesitan.

Socorramos nuestros pequeños que suplican, muchas veces a través de la rebeldía, por nuestra atención y cariño, para que puedan caminar con seguridad en ese mundo turbulento y asustador para muchos de ellos.  

¡Piense en ello! 

No espere que su hijo muestre síntomas de depresión, obsérvelo y ampárelo siempre.

Repiense las actividades que se le imponen y verifique si no están sobrecargando, encorvando sus estructuras psicológicas aún frágiles.

Muchas veces, con la intención de preparar a nuestros hijos para el mundo competitivo de la actualidad, olvidamos de considerar aspectos importantes de su psiquis, principalmente  sus tendencias y aptitudes.

Es importante que nos cuestionemos sobre lo que es más importante: instruir muy bien al hombre, o formar el hombre de bien.

¡Pensemos en eso!

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