Momento Espírita
Curitiba, 19 de Abril de 2024
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ícone Cinco preciosidades

En Su infinita bondad, Dios providenció que nuestro cuerpo fuese hecho maravillosamente, con sentidos que nos ayudan a percibir Sus obras y a sentir placer con ellas.

Si estamos oyendo este mensaje, es porque estamos dotados del sentido de la audición.

Gracias a esta preciosidad, podemos observar los matices del tono de la voz de una persona querida, el susurro del viento entre los árboles, el crujir de las hojas caídas rozando el suelo, la risa agradable de un niño pequeño.

  Y ¿cuántas emociones nos son entregadas gracias a la audición? La dulzura de una canción de cuna, el encanto de una sinfonía, la cadencia rítmica de los versos de un poema, una declaración de amor.

Pero Dios, que nos creó en lo íntimo de nuestro ser y nos tejió en el vientre de nuestra madre, nos brindó también el sentido de la visión.

Es él el que nos proporciona momentos agradables de contemplación de la naturaleza.

Gracias a la visión, nos extasiamos con las mejillas sonrosadas de un niño feliz; con la lluvia que cae sobre los campos; el rojo, el dorado y el violeta de la puesta de sol; la escala de colores del arcoíris.

¡Todo gracias al ojo humano, que es capaz de distinguir más de trescientos mil colores!

Artefacto inimaginable, propio de un Dios infinito en Sus atributos.

Un Dios que se esmeró más aún y nos dio el olfato, que nos permite distinguir unos diez mil olores: el aroma de nuestra comida favorita; el delicado perfume de la violeta, que se distingue del jazmín, del clavo, de la sutileza de la camelia, de la exuberancia de la lavanda.

¿Quién no se ha extasiado ya con el olor de la tierra mojada por las primeras gotas de lluvia?

Y ¿qué decir, entonces, del tacto? Este sentido que nos permite sentir la brisa suave en el rostro, el abrazo caluroso de quien amamos…

El tacto que nos permite sentir el aterciopelado pelo del gato mañoso, que se despereza en la tarde calurosa. También la aspereza de la lija y la suavidad de una fruta.

Y basta dar una mordida en una fruta para que entre en acción el paladar. Nuestra boca se inunda de una mezcla de sabores sutiles, a medida que las papilas gustativas captan su compleja composición química.

De hecho, tenemos motivos de sobra para exclamar con el salmista: ¡Cuán abundante es tu bondad, oh Dios!

*   *   *

Es bueno que pensemos respecto de estas preciosidades que son nuestros cinco sentidos, para que los utilicemos de manera más plena.

Por lo tanto, que nuestros ojos sepan descubrir la belleza, el encanto de la mañana que se inicia, luminosa, disipando la noche.

Que nuestros oídos se perfeccionen en la captación de los sonidos más delicados, descubriendo la gota que cae, lentamente, escurriéndose de la nube perezosa, la canción lejana de alguien nostálgico…

 Que nuestro olfato se detenga en el descubrimiento de aromas siempre nuevos que la naturaleza ofrece.

Que nuestro tacto se perfeccione en el abrazo, en la caricia, en el apretón de manos espontáneo y fraterno.

Y, cuando estemos sentados a la mesa, sintiendo el sabor que nos produce placer, recordemos a Dios y aprendamos a alabarlO mientras nos deleitamos con la pizza, el perrito caliente, el sándwich preferido, el helado, el arroz con frijoles.

Aprendamos a agradecer al Padre por habernos ofrecido, para nuestro placer en la Tierra, estas cinco gemas preciosas.

Pensemos en eso hoy, mañana y siempre.

Redacción del Momento Espírita, con
cita del Salmo 31, versículo 19.
En 11.9.2017.

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