Momento Espírita
Curitiba, 29 de Março de 2024
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ícone Confidencias

Hay padres que se esmeran en la educación de sus hijos. No pierden ninguna oportunidad. Las cosas mínimas, los menores sucesos, son motivo de enseñanza.

Leímos recientemente la declaración de un ejecutivo muy exitoso.

Él tuvo el gusto de oír decir a un amigo: "Me gusta mucho venir a tu casa. Es un lugar donde puedo decir todo lo quiero, con la seguridad que tú no lo pasarás adelante."

Confesaba el ejecutivo que el elogio cabría mucho más a su madre que a él mismo.

Recordaba que, cuando tenía más o menos ocho años de edad, sorprendió a una amiga de su madre haciéndole confidencias.

Todo sucedió más o menos así:

Él estaba jugando del lado de fuera de su casa y la ventana de la sala estaba abierta, mientras ambas conversaban. La señora citada, con pesar, revelaba a su madre cosas muy íntimas y serias a respecto del hijo.

Curioso como todos los niños, aguzó los oídos a lo máximo, para no perder ni una coma del relato. Y cuanto más bajaba la voz la confidente, más él extendía  las antenas de la audición.

Cuando la visita se retiró, su madre que se había dado cuenta que el niño estaba  escuchando todo, lo llamó y le dijo:

- Hijo mío, si la Sra. Silva se hubiera olvidado aquí de su cartera,  ¿se la daríamos a otra persona?

Rápidamente él contestó: ¡Claro que no!

La madre continuó:

- Pues lo que la Sra. Silva ha dejado hoy aquí es una cosa mucho más preciosa que su cartera. Ella nos contó una historia cuya divulgación podrá perjudicar  a mucha gente.

- De la misma forma que la cartera, ella no nos pertenece. Por eso, no la podemos transmitir a nadie. No se la daremos ni importa a quien sea. ¿Has entendido?

El chico confirmó con un movimiento de cabeza. Y la lección le sirvió para toda la vida. Creció, cultivando el respeto a las confidencias en las que fuera, eventualmente, el oyente. E incluso habladurías y chismes que un amigo, cliente o conocido le trajera y dejara en su sala. Allí mismo ellas se agotaban. Lo que le valió el respeto y la confianza de muchos.

El ejecutivo concluía diciendo que muchas veces, al sorprenderse a punto de pasar adelante alguna cosa por allí oída, recordaba inmediatamente la cartera de la Sra. Silva y cerraba la boca.

La vida está hecha de oportunidades.  La educación en el hogar es de precioso valor  por ser informal, o sea, no obedecer a rígido currículo sino valerse de las oportunidades que surjan en el quehacer diario. Por esa razón los padres deben mostrarse siempre atentos,  y no dejar escapar en ningún momento todo lo que sea propicio para la edificación.

Quien invierte hoy en la educación del hijo, puede tener la seguridad de que él podrá partir para horizontes lejanos, surcar los mares, volar por el mundo, levantar vuelo en la notoriedad, pero las lecciones profundas recibidas en el hogar permanecerán como guión en la  vida.

No existe quien no recuerde, en algún momento especial de su vida, las lecciones que recibió en casa. Los gestos, las actitudes, las palabras de los padres permanecen vivas, a pesar y más allá del tiempo.

Basta que nos demos cuenta de lo que sucede con nosotros mismos, que ya hemos abandonado la falda de los padres hace algunos años.

¿No son sus ejemplos y sus consejos que nos orientan en muchas decisiones? Y cuántas veces nos sorprendemos diciendo: "Mamá tenía razón. Bien que mi padre decía.”  

¿Usted sabía? 

¿Que personas célebres recuerdan con ternura del cariño y de las orientaciones recibidas en su hogar?

Charles Edison, hijo de Tomas Edison, por ejemplo, al escribir la biografía de su padre comentó con ternura los momentos en que el genio jugaba con sus hijos.

Las lecciones del hogar son imperecederas. Se graban en la mente y en el corazón de los pequeños y los siguen por toda la vida.

 

(Del libro:  “Para el resto de la vida. - cap. La cartera)

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